La comezón del séptimo año

Por Oswaldo Osorio Image

El matrimonio es la principal causa de divorcio, decía Groucho Marx, más aún cuando llega ese momento crítico del que habla aquella divertida película de Billy Wilder de la que este texto tomó su título. Este filme de Didier Bourdon también parte de esa tesis que habla de los riesgos del séptimo año de matrimonio, que en realidad, gracias a la espléndida película con Marylin Monroe, es más un mito del cine que un hecho comprobado científicamente.  Aunque no sean siete años exactamente, el caso es que cada tanto los matrimonios, y las relaciones en general, tienen que recargar energías y replantear cosas, porque el amor no se sostiene sólo con idealismos. De eso es justamente de lo que habla esta película, y aunque aparentemente es tratado con la superficialidad de la comedia, algo de edificante tiene, sobre todo para quienes se identifiquen con la situación.

Y es que esta cinta francesa es lo que podría llamarse una comedia marital romántica, interesante variación del más incombustible género del cine, la comedia romántica. Interesante porque este género se basa en el esquema de “chico encuentra chica”, en cambio en este filme Alain y Audrey hace siete años que están juntos. Además, se dice que, por lo menos en las historias de cine, con el matrimonio se acaba la comedia y empieza el drama. Por eso lo que hace esta película es sacar de uno de los más críticos dramas del matrimonio, la inapetencia sexual por la costumbre, buen material para una comedia. No es tampoco una obra maestra como las que protagonizaban Katherine Hepburn y Spencer Tracy en tiempos en que este género aún era joven, pero sí es un filme entretenido y divertido, con una cuidada mesura en el tratamiento de su tema, sin ponerse trascendente pero tampoco cayendo en la vulgaridad.

Porque el tema daba para subirse de tono fácilmente, pues la solución que encuentra la pareja en cuestión para oxigenar la relación es apelar a juguetes y pequeñas perversiones sexuales. Por eso una historia de estas sólo se podría desarrollar en sociedades más liberales en este sentido, como Francia. Una cinta con el tema y el tono que ésta propone sería tal vez impensable en medio de la doble moral de los estadounidenses o del machismo de los latinos, por ejemplo. Aunque la película demuestra que, aún en la sociedad francesa, estos juegos pueden llegar a un punto inmanejable o abrir puertas que habría sido mejor ni conocer. Pero como es una comedia, los alcances de estos juegos los convierte en situaciones graciosas e irónicas, todo al servicio de la moraleja final, porque es una película con moraleja, sin que con ello resulte chocante o condescendiente para con el espectador.

La principal ironía que deviene de estos juegos, tiene que ver con la transformación que experimenta el personaje de Audrey, que se constituye sin duda en lo más interesante de todo el filme, pues los demás personajes sólo hacen parte de una comparsa que acompaña y apoya su transformación, incluso son puestos de manera fácil y gratuita, pero a la comedia no se le debe exigir realismo, a lo sumo verosimilitud, pero ésta suporta cualquier coincidencia en honor del humor. El caso es que en la trayectoria de este personaje a lo largo de la historia está la esencia del filme y de las ideas que maneja. Aunque el personaje de Alain, por su parte (interpretado por el mismo director), únicamente sale aleccionado, como tantos personajes de las comedias, sólo es verlo cómo mira al principio y al final del filme a dos distintas mujeres en un tren y así constatar cuál lección aprendió y qué tanto cambió su mujer.

Publicado el 8 de septiembre de 2006 en el periódico El Mundo de Medellín.

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