Del amor, el desamor y el paraíso perdido

Por Oswaldo Osorio Image

Ésta es la historia de Pocahontas, pero contada por un poeta de la imagen, por un filósofo de las emociones humanas. El enigmático y concienzudo Terrence Malick,  para su cuarta película en más de treinta años, parte de un mítico personaje y de un importante capítulo de la historia norteamericana, la creación de la primera colonia en 1607, pero evitando reducir su relato a una simple historia de amor o a la dinámica de aventuras que propician las gestas colonizadoras. Lo que hace es una sutil y reflexiva pieza de cine, como todas las suyas, en la que reconstruye ese gran choque entre dos culturas, pero no sólo concentrándose en el paisaje exterior y las hostiles circunstancias de sus habitantes, sino también en el paisaje interior de sus personajes y las emociones que resultaron de aquel encuentro histórico y sentimental.

Si bien el filme parte de la leyenda sobre el amor entre Pocahontas y el Capitán John Smith, de la que tan colorida cuenta diera la Disney hace una década, la versión de Malick sólo se apoya en algunos acontecimientos claves y en cierto rigor histórico en los detalles, incluso en crónicas del mismo Smith y otros colonos, pero en general se trata de una adaptación libre en la que la historia de la colonización funciona como fondo, casi como excusa, para que el director ahonde  en las emociones y la naturaleza humana en momentos críticos, así como lo ha hecho en sus tres anteriores películas.

Aún así, la cinta consigue adentrar al espectador en el drama del encuentro entre esos dos mundos, sus incertidumbres frente al otro y ante la nueva situación. Esto lo consigue no sólo con la recreación argumental de escaramuzas y confrontaciones, sino también con poderosas imágenes de una elocuencia contundente, como la de los niños colonos balbuceando delirantes y hambrientos por la ausencia de una autoridad; o la perplejidad, ante la magnitud de la ciudad de Londres, del indio que llevaba un palo para hacer una marca en él por cada inglés que se encontrara.

Pero realmente la propuesta de Terrence Malick  está en sus personajes y la relación que éstos establecen entre sí y con su entorno natural.  Esa voz en off, que ya había utilizado con sus personajes de La delgada línea roja, se vuelve a ver aquí con el mismo lirismo, con la misma actitud vacilante ante las emociones y la existencia. Tanto la princesa indígena –nunca se refieren a ella como Pocahontas-, como John Smith y el aristócrata John Rolfe, son retratados en su interior con delgadas y profundas pinceladas en forma de pensamientos, de frases sueltas, de inquietudes ante el ser amado y ante el mundo que los rodea. Porque la película es una historia de amor, también de desamor y un triángulo amoroso. También es una película en la que sus personajes pierden la inocencia, así como la perdió el nuevo mundo con la llegada de los europeos y, con esa pérdida, también se perdió el último paraíso en la tierra, lo cual queda muy claro en esta película.  

Toda esa introspección de los sentimientos, todo ese mudo intimismo entre los personajes, está consecuentemente acompañado de una concepción visual igualmente sutil y contemplativa. El cine de Malick siempre se ha caracterizado por la fuerza y la belleza de sus imágenes, además de un manejo del tiempo y el ritmo en el relato que obedece a ese espíritu contemplativo y reflexivo, tanto del director como de sus personajes. Por eso ésta no es una película fácil, porque no se queda en la anécdota histórica, ni rige a sus personajes y situaciones por esquemas narrativos, todo lo contrario, son las emociones humanas, con todas sus incertidumbres, ante el amor y la existencia, las que marcan la pauta de este relato inusual y entrañable.

Publicado el 1 de septiembre de 2006 en el periódico El Mundo de Medellín.

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