Por la sobrevivencia del mito

Por Oswaldo Osorio Image

Justamente hace una década veíamos a un Lee Tamahori preocupado por la identidad y las tradiciones del pueblo maorí en su película Somos guerreros (1994). En esta película de Niké Caro se ve esa misma preocupación, pero esta vez no planteada de forma tan violenta y brutal como en la de Tamahori, sino en clave de relato emotivo y espiritual enraizado en esa misma lógica mítica y mística que quiere rescatar.

También en la película Rapa nui (Kevin Reynolds, 1994), la historia termina con algunos aborígenes de la isla de Pascua montándose a un enorme témpano porque creen que es la mitológica “gran ballena blanca” que los llevará al paraíso. Pero a diferencia de ellos, el pueblito costero de nueva Zelanda en que se desarrolla Jinete de Ballenas ya pertenece más a la “aldea global” proclamada por MacLuhan y no tanto a la aldea maorí de sus ancestros. Ahora sus habitantes prefieren tomar cerveza o emigrar a Europa y a nadie se le ocurriría montársele al lomo a una ballena, o bueno, a casi a nadie.

Mientras en Somos guerreros la identidad y la tradición del pueblo maorí se han perdido por la degradación moral y social, en Jinete de ballenas es por la colonización cultural y la disipación de las costumbres en la mentalidad de cada nueva generación. Por eso la primera propone como solución una firme toma de conciencia y la segunda un plan para enseñar a los jóvenes la mística de su cultura y la importancia de preservarla.

Pero ese proceso de rescatar y preservar la identidad y tradición maoríes apenas es el conflicto de fondo que propone este relato, porque en primer plano se encuentra el conflicto que vive el personaje de Pai, una niña de doce años y  nieta del Paikea (“El que cabalga ballenas”), el líder espiritual de la comunidad, quien no puede contar con su hijo para delegarle esa importante función y tampoco con Pai por ser mujer.

El gran problema de Pai es que ella, más que nadie, quiere formarse en las tradiciones de sus ancestros y hasta ser la Paikea de su comunidad. Pero en lugar de conseguirlo, se establece una guerra sorda entre ella y su abuelo, una guerra en la que los sentimientos encontrados, las míticas supersticiones, la terquedad del abuelo y la fuerza espiritual de la niña es lo que consigue la fuerza dramática y emotiva de este relato. Claro que esa fuerza también tiene que ver con la interpretación de la joven actriz (natural, como los demás) Keisha Castle-Hughes.

Sin llegar a ser la película maravillosa que anuncian sus publicistas (sólo habría que decir que tiene todas las características de las películas extranjeras nominadas al Oscar), se trata de una cinta que indudablemente posee un encanto que la hace agradable, delicada y hasta reveladora. Y esto lo consigue por la conjunción de unos elementos muy puntuales, como la base mítica de la historia, el tono espiritual y místico del relato y la actitud y edad de la niña, que la sitúan en ese umbral en el que, aún en medio de su inocencia, empieza a despertar al mundo, un umbral que conecta perfectamente con esa relación entre mito y realidad.

En el uso de sus recursos la película es consecuente con los planteamientos que quiere desarrollar, pues a esa emotividad, ese encanto y espiritualidad corresponden unas imágenes igualmente bien cuidadas, contemplativas y evocadoras de sentimientos, así como un ritmo pausado y reflexivo, como sus personajes, y también una música que contribuye con esa evocación y esas atmósferas mítico-reales.

Con todo esto, el mensaje quedó claro, muchas de sus imágenes serán difíciles de olvidar y la nueva productora del gobierno neozelandés recuperó con creces su inversión (y no sólo la financiera). Ahora hay que esperar que después del éxito de esta película a su directora no se le vea una década después como a su compatriota Lee Tamahori, que luego de hacer un filme importante sobre la identidad y el orgullo maorí se fue a Hollywood a hacer películas triviales y alienantes.

Whale Rider
2002 - New Zealand - 105 min. - Feature, Color
Directora y guionista: Niki Caro
Reparto: Kisha Castle-Hughes, Rawiri Paratene, Vicky Haughton, Cliff Curtis, Grant Roa.
Autor de la novella: Witi Ihimaera
Fotografía: Leon Narby
Música: Lisa Gerrard

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