Horror al viejo estilo

Por Oswaldo Osorio Image

El cine de horror y el thriller son, sin duda, los géneros cinematográficos que más tienden a la repetición, que más fácil caen en la trampa de las fórmulas y, por consiguiente, los que resultan más predecibles para el público. Ahora, si una película es predecible, pocas posibilidades tendrá de conseguir el efecto que busca en el espectador y terminará por perderse en el mar de películas similares a ella.

Podría decirse que hay, en general, dos tipos de cine de horror: el de la vieja escuela, que recurre a lo desconocido, a lo sobrenatural y a la creación de atmósferas de misterio para producir el miedo en el público; y el de la nueva escuela, al que han apelado películas como Halloween o Scream, que fundan el miedo casi siempre en la trama del sicópata que persigue y ataca a sus víctimas. La película El demonio (Jeepers creepers, 2001), del director norteamericano Victor Salva, recurre a distintos elementos propios del cine de horror para contar su historia y buscar el necesario efecto en el espectador, en especial a los de la vieja escuela, aunque sin dejar de lado por completo los de la nueva.

Cada vez resulta más difícil para las películas de horror producir realmente “miedo” en el espectador, por eso la nueva escuela ha recurrido al fácil recurso de sólo “asustarlo”, utilizando golpes de efecto que lo atacan a mansalva, ya sea con la aparición repentina de algo o alguien en medio de la calma o con la irrupción traicionera de un estruendoso sonido que rompe el silencio.

Es por eso que esta película marca un poco la diferencia frente al grueso de filmes de horror que se han hecho en las últimas dos décadas, en especial frente al llamado horror para adolescentes. Esa diferencia parte de la preponderancia de elementos de la vieja escuela y de un planteamiento argumental sencillo: una pareja de jóvenes hermanos es acechada y perseguida por un extraño ser en medio de la carretera.

Aparentemente no es gran cosa, pero es justo en esta simplicidad en que se funda la principal virtud de esta película, pues con esos pocos elementos, el relato logra crear una atmósfera de misterio y zozobra. No hay en ella manejos rebuscados, ni referentes obvios, sino que apela al miedo instintivo, a lo inquietante por medio de la sugestión y el ocultamiento.

Casi toda la película se sostiene en esa atmósfera inquietante y amenazadora, en la turbadora sensación de que en cualquier momento esa presencia misteriosa va a saltar sobre los protagonistas y el espectador. Porque sólo casi al final de la historia es posible conocer la naturaleza de esa amenaza que acecha, y esto es lo que hace del relato algo diferente. Aunque no se trata de una película aterradora, la cuota de miedo que consigue, en estos tiempos de espectadores temerarios ante el cine de horror, es considerable.

Es cierto que la película también utiliza recursos y elementos de la nueva escuela, empezando por la elección de adolescentes como víctimas, pero lo hace de forma mesurada, usando sólo lo necesario y sin parecer cliché o predecible. Incluso hacia el final, cuando más se estaba acercando a los esquemas conocidos del nuevo cine de horror, el espectador es sorprendido por última vez, no sólo con un desenlace desconcertante y por completo fuera de lo común, sino con la inesperada aparición de los créditos, justo cuando parecía que se iba a iniciar la segunda parte de la historia.

La fórmula de no apelar a las fórmulas le dio buen resultado al director Victor Salva, tanto que acaba de realizar la segunda parte de este filme. Es difícil pensar que logrará el mismo efecto, porque ahora no sólo tendrá que buscar originalidad en relación con las películas del género sino también con su predecesora.

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