“Solo la gente linda tiene éxito”
Oswaldo Osorio
Siempre se ha dicho que la belleza conquista al mundo, y muchas veces lo hace, aunque suele pagar un precio por ello. Liane, la protagonista de esta película, está dispuesta a pagarlo, pero en estos tiempos de realities shows y redes sociales puede que el costo sea más alto, porque a través de ellos la sociedad de masas ha llegado a un grado de banalización, superficialidad y materialismo que roza con el embrutecimiento general y que puede destrozar y desechar a cualquiera sin que siquiera alcance sus quince minutos de fama.
Esta ópera prima de la francesa Agathe Riedinger es una extensión de su cortometraje J'attends Jupiter (2017) y tal vez por eso, por momentos, el relato parece alargar ciertos recorridos y tiempo muertos. Aunque eso es un problema menor al lado de la potente pieza que finalmente resulta ser esta película, en la que la actriz Malou Khebizi siempre está frente a la cámara interpretando a Liane, quien vive obsesionada por explotar esa juventud y belleza de las que es consciente. “Solo la gente linda tiene éxito”, dice, y luego complementa su filosofía de vida afirmando que con ello te admiran, tienes poder y consecuentemente dinero.
La marginalidad, la falta de educación y de una estructura familiar sólida que guie a los niños y jóvenes suelen ser las condiciones medioambientales para que cale esta forma de pensar, pero justamente esa es la realidad de Liane. Sus oportunidades son limitadas y tampoco quiere terminar como sus amigas, es decir, como madre adolescente, cajera o manicurista. Lo suyo es la grandeza y por eso las desdeña. Pero confunde fama con grandeza. Y fama pueden ser los cincuenta mil seguidores que tiene en las redes sociales, no importa que muchos la traten solo como ese objeto brillante que ella ha creado con su imagen, o incluso que la degraden con su vulgaridad.
Lo mejor logrado de Diamante salvaje (Diamant Brut, 2024) es que su directora sabe avanzar sobre la cuerda floja de un tratamiento del personaje y su situación que no toque los extremos del estereotipo o los juicios fáciles, pero aun así resulta crítica con esta realidad. Para ello empieza por construir a su protagonista con matices y profundidad. Es cierto que su filosofía de vida está en el límite de la ignorancia y la ingenuidad, pero también hay un honesto propósito de ser mejor persona, incluso de servir como modelo para los demás (empezando por su hermana), aunque sea adoptando endebles lemas, como de programa de autoayuda, diciendo que “le dará fe a la gente”. De igual forma, Riedinger evita caer en lo escabroso o miserias innecesarias en medio de ese código realista que elige para su relato, aunque llega a tocar esos linderos en las escenas con la madre o cuando Liane se cruza con unos hombres mayores.
La ambigua actitud que el espectador puede tener con esta historia es un indicio de la complejidad de su planteamiento, pues, de un lado, repele esa mentalidad de Liane y los fútiles mecanismos sociales que le dieron forma, y del otro, empatizamos con su vulnerabilidad, al punto de sufrir cada que hay riesgo de algo nefasto como la prostitución, la violación o el engaño de cazatalentos. Así que mientras negamos con la cabeza sus superfluos discursos y su ciega adoración a una fama sin esfuerzo, con la mirada la cuidamos para que nada le vaya a pasar. Y eso no está muy lejos de lo que nos ocurre con muchos jóvenes que conocemos, porque a Liane la hemos visto en el mundo real, o más bien, en esa otra ficción que son las redes sociales, y ahí no importa si es Francia o Colombia.
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