El rey y su titiritero

Oswaldo Osorio

 

Parecía un biopic obvio, como tantos puede haber de rockeros en su dinámica (también obvia) de ascenso y caída… pero no, porque se trataba de una película de Baz Luhrmann, un director que casi nunca (salvo por Australia, tal vez) deja impasible a su público. Y efectivamente, la historia de Elvis Presley es aquí contada con el mismo ímpetu de la revolución que este joven de Memphis causó, hace más de medio siglo, no solo en Estados Unidos sino en toda la cultura popular de Occidente.   

Este director australiano tiene otros títulos tan potentes como entrañables: Strictly Ballroom (1992), Romeo + Juliet (1996) y Moulin Rouge! (2001) son los más destacados. Su estilo destellante y vertiginoso, generalmente con una vistosa pero estilizada puesta en escena, ha sido motivo de acusaciones acerca de privilegiar la forma sobre el fondo, pero si bien es cierto que sus películas pueden deslumbrar visualmente, no hay descuido alguno en lo que quiere trasmitir y en la complejidad de la construcción de sus personajes. De hecho, es uno de esos directores en los que es posible estudiar la imbricada relación que tienen sus historias y temas con su estilo visual y narrativo.

Con Elvis (2022) Luhrmann debía tener cuidado, pues era un personaje y un contexto que daban para facilismos y lugares comunes. Tal vez por eso la primera gran decisión de su biopic fue el punto de vista, pues prefirió, no el del Rey del rock’n’roll, sino el de su manejador de siempre, el Coronel Parker, algo así como su padre putativo y su más inescrupuloso explotador. Interpretado por un siempre correcto Tom Hanks –con un maquillaje de esos que ganan premios de la Academia– este hombre es quien aporta el componente de ambigüedad a la historia, porque es dibujado con todo su carisma de hombre pragmático y sagaz en los negocios, pero al mismo tiempo, con un cinismo y poder de manipulación abiertamente desagradables, como su figura misma.

En contrapartida, resulta evidente la simpatía del director por su personaje central, a quien trata como el ícono histórico que es. De hecho, haberle dado ese protagonismo al punto de vista del Coronel permite ver siempre a Elvis como una víctima, tanto de las decisiones y manipulaciones de su manejador como de las circunstancias, las cuales son constantemente usadas como argumentos, en defensa de Elvis, por la voz en off del narrador, es decir, el Coronel Parker. Así que el abuso de drogas, lo mal padre y esposo, su paranoia, su pasión por las armas y hasta la degradación de su figura son apenas soslayadas por el relato o sugeridas por algún plano o corta escena. 

Y es que a Baz Luhrmann, quien también escribió el guion junto a Craig Pearce, lo que le interesaba de la figura de Elvis en esta película era, claramente, ese don y conexión que tenía con la música. Aunque es bien sabido que el rock’n’roll no fue más que el “blanqueamiento” de la música negra, Luhrmann se asegura de que no haya duda en la historia que cuenta de que los sonidos negros hacían parte de la esencia del Rey, ya fuera por sus vivencias juveniles en los guetos, su amistad con B.B. King o su admiración por Mahalia Jackson.

Por eso, el sentimiento central a lo largo del relato es esa pasión por la música y lo que Elvis podía hacer con ella y despertar en las personas. Esa idea permanentemente está presente en los diálogos y en momentos estelares, como su primer concierto con un gran público, su presentación de navidad en televisión, el debut en Las Vegas o la última canción de la película, cuando por unos instantes el entregado Austin Butler deja de interpretar a Elvis Presley para ver en la pantalla al mismísimo Rey en imágenes de archivo.

La voz en off del Coronel, la pasión por la música, el inquietante contexto político y la vehemencia en la actuación de Butler son vertidos en la máquina estilística de Luhrmann a lo largo de más de dos horas y media de metraje. Una cámara en constante movimiento y un montaje raudo y voraz son la impronta de la narración en los primeros dos tercios, pero cuando ya se está al borde del agotamiento, disminuye el ritmo para andar al paso de un Elvis mayor, más reflexivo y por momentos abatido. Aun así, la película termina con el mismo ímpetu en lo que se refiere a mirar a su personaje y su relación con la música.

Se trata, entonces, de la película de un fanático sobre un ídolo que es casi un mito. Igualmente, es una carta de amor a la música y un juego estilístico que se mueve al compás del rock’n’roll y de la rebeldía juvenil. También es el arco de transformación de un tipo de música, de una sociedad y de un hombre que era su propio súper héroe y un rey para millones de personas.

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