Odio contra odio

Por Oswaldo Osorio Image

Este filme comienza con una  voz en off que nos cuenta acerca de la caída de un hombre desde lo alto de un edifico, el hombre mientras descendía decía "todo va bien, todo va bien...", pero anotaba la voz en off que, en realidad, lo que importaba no era la caída sino el aterrizaje. Esta película es la historia de una caída, la de tres jóvenes que están en medio de un caótico mundo donde las escaramuzas con la policía hacen parte de la cotidianidad, y los odios raciales y sociales son la mecha que las enciende; pero también es la historia de una caída más grande todavía, la que están teniendo muchos países europeos con el problema de los nacionalismos.

El odio (La haine, 1995), de  Mattieu Kassovitz, a través de estos tres jóvenes: un negro, un árabe y un francés (pobre, naturalmente), que viven en La Citté, una población cercana a París,  nos abre las puertas de un mundo más o menos desconocido para nosotros, una Francia (y por extensión una Europa) que nada tiene que ver con sus monumentos, su rancia cultura, su desarrollo y las buenas intenciones de la Unión Europea. Es una Francia sumergida en una guerra continua entre una sociedad compuesta por marginales y advenedizos, vecinos pobres que han logrado saltar los muros fronterizos, contra casi todo lo que los rodea: los prejuicios nacionalistas, la policía y la sociedad compuesta por ciudadanos de primera, que de manera activa o pasiva hacen también parte de la resistencia contra esa otra sociedad marginal.

La cuna de la Ilustración, que hace 250 años abogaba por la igualdad de los hombres y la tolerancia religiosa, hoy es un país donde está una de las mechas encendidas de la gran bomba de tiempo que tiene la Comunidad Europea entre las manos. Ahora las nuevas religiones son los  nacionalismos y la intolerancia racial, pero el odio ciego y sin fundamento se manifiesta de la misma manera, a través de la violencia y el uso de  las armas. Por eso parece inminente otra Noche de San Bartolomé, aquel episodio en el que las calles parisinas y de provincias se vieron cubiertas por los cuerpos de miles de hugonotes víctimas de la ira e intolerancia de los católicos bajo la regencia de los Médicis. Pero matar no es tan fácil, así nos lo demuestra este filme cuando Vinz, ese De Niro sin taxi que reta su imagen en el espejo, tiente en frente del cañón de su pistola a un skin, el peor enemigo de un marginado racial. Porque el odio parece que necesita algo más, decisión, tal vez, o un motivo inmediato. Esa decisión o ese motivo es lo único que hace falta para que en algún lugar de Europa (o de Estados Unidos también), se repita lo sucedido aquella tristemente célebre noche de 1572.

Se odia en blanco y negro

Mattieu Kassovitz nos muestra esta realidad de la única manera posible: en blanco y negro, porque el color está fuera de lugar cuando de mirar ciertas realidades se trata, es como un imperativo ético y estético al que muchos realizadores han llegado reflexionando cada uno por su cuenta: Steven Spielberg con su Lista de Schindler (1993) o Tom Kaye con los episodios más fuertes de su Historia americana (1998), por sólo mencionar dos casos que tienen que ver con racismos y nacionalismos.

La narración y el lenguaje visual también parecen exigir en estos casos ser concebidos con la mayor sencillez posible, sin afeites ni estilizaciones. Incluso el director opta también por la simpleza cronológica, pues la historia que nos cuenta se desarrolla en apenas 24 horas, tiempo en el que Vinz y sus dos amigos, el árabe y el negro, son testigos del ambiente tenso y de zozobra que se vive en La Citté, luego de que un amigo fuera herido de muerte en uno de esos disturbios, que ya parecen más un ritual social, entre policías y marginados.

Ellos tres están parcialmente fuera del conflicto, no son actores directos pero se ven envueltos aunque no lo quieran, pues son parte de esa otra sociedad, y eso se comprueba cuando van a París y son tratados peor que en La Citté, porque son escoria que ensucia la Ciudad Luz, porque ya están estigmatizados con la marca de la violencia, de la desadaptación y los problemas. Claro que no sólo es mero prejuicio de los "ciudadanos de bien", esa marca sí está en ellos y así queda probado con su comportamiento cuando "se invitan" a la inauguración de una exposición. También sale a flote la marca del odio y la violencia cuando la diferencia entre ser parte activa o pasiva del conflicto la hace un revólver que se encuentra Vinz. Por eso entre los códigos que propone Kassovitz en su relato, Vinz es el odio, el negro es la conciencia de la no violencia y el árabe es la confusión y el desconcierto de quien se sitúa entre dos extremos y se le exige elegir uno de ellos. El problema es que parece más fácil odiar, pues todas las condiciones están dadas para responder al odio con más odio.

Por todo esto, El odio, de Mattieu Kassovitz  no es sólo una película, pues sus cualidades cinematográficas, que son muchas, desde la concepción de sus imágenes hasta la contundencia de su relato y construcción de personajes, se subordinan a esa realidad que recrea y a las inquietudes que deja planteadas. Más que una película, entonces, adquiere el carácter de documento, de una advertencia que después mirará con vergüenza a esa Europa intolerante luego de que haga explosión, luego de una nueva, y seguramente más catastrófica, Noche de San Bartolomé, luego de que aterrice de la caída, y ya nada estará bien, nada estará bien...

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