La ley del más fuerte

Oswaldo Osorio

Entre la simpleza de su argumento y las implicaciones del doble conflicto que plantea, esta película desarrolla un hipnótico relato que revela un universo casi inédito. Ese universo es la vida de los beduinos en el desierto de Jordania durante la coyuntura histórica de la Primera guerra mundial. Con estos elementos el debutante Naji Abu Nowar consigue contar una historia cargada de tensión narrativa y fuerza dramática con gran economía de recursos.

Su argumento, entonces, se reduce a la necesidad de sobrevivir a los peligros de una travesía por el desierto; mientras que el conflicto de contexto es la confrontación entre revolucionarios y la inferencia de los ingleses en su país, y el conflicto íntimo es el de Theeb, un niño que, por vez primera, sale al mundo y debe sortear riesgos y tomar decisiones cruciales por sí solo como nunca antes lo había hecho.

De manera que se trata de una película construida a partir del esquema de cine de aventuras y articulado sobre el concepto de la pérdida de la inocencia. Reduciéndola racionalmente así, a sus códigos y elementos, la verdad es que resulta una cinta realmente simple, no obstante, la combinación de esos elementos básicos converge en una historia potente y una narración envolvente, esto porque remite a unos instintos esenciales, incluso contradictorios, de la naturaleza humana, como el sentido de supervivencia, la fraternidad y el deseo de venganza.

La cámara casi nunca se desprende de Theeb y lo acompaña en esa transición en que su mundo se agiganta y con él su percepción de la vida y el rango de sus sentimientos. Entonces el niño pasa del limitado círculo de su tribu al insondable espacio del desierto, un mundo exterior que, además, está experimentando importantes cambios políticos, lo cual intensifica el conflicto del protagonista. Y aunque su edad y el primitivo entorno del que proviene apenas si le permiten establecer comunicación con ese nuevo mundo que le llena los ojos, son las decisiones que toma lo que da cuenta de su transformación, de su inocencia perdida.

La sencillez de sus esquemas argumentales y narrativos también está presente en su concepción visual, la cual solo es eficaz y funcional para lo que requiere la historia. Sin embargo, es el paisaje del desierto el que asume el protagonismo y la posible belleza de la imagen, con su apabullante claridad, esa inmensidad que reduce la figura humana y la sinuosidad de las dunas y las escarpadas formaciones rocosas.

El descubrimiento del mundo cruel y disfuncional de los adultos desde la mirada de un niño casi siempre propicia relatos  atractivos y refrescantes. En esta película se puede ver eso, y aderezado con el exotismo de un paisaje y una cultura muy singulares, resulta aún más atractivo. Además, está protagonizado por un personaje con el que hay una inmediata empatía, lo cual asegura la conexión emocional con la historia y el compromiso de seguir sus aventuras hasta el final.  

 

Publicado el 21 de febrero de 2016 en el suplemento Generación del periódico El Colombiano de Medellín. 

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