La mejores mujeres inventadas

Por Oswaldo Osorio Image

Decir Pedro Almodóvar ahora no significa lo mismo que hace seis años. En aquel entonces se trataba de un talentoso y vivaz director con un cine vistoso, extravagante y con estilo propio, que manejaba unos temas muy serios, como el amor, la amistad o el sexo, pero con un tratamiento muchas veces subordinado al humor negro, al melodrama y al kitsch. El Almodóvar de ahora sigue siendo talentoso, sigue hablando casi de lo mismo y las líneas de ese estilo que lo hiciera famoso todavía son reconocibles. Pero ahora el desparpajo paródico le ha cedido protagonismo a una suerte de melancólica gravedad (no exenta del humor y los excesos de siempre) y su cine se ha tornado más apacible y más sereno, pero sólo en sus manifestaciones externas, porque en las internas ha ganado en intensidad.

Resulta tan elemental como inevitable relacionar este proceso con ese connatural cambio cualitativo que experimentan casi todos los seres humanos entre la adolescencia y la madurez. La adolescencia de Almodóvar comenzó en 1980 con Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón y terminó en 1993 con Kika. En medio hay ocho películas entre las que resulta difícil elegir la más original, la más hilarante, la más genial. Naturalmente, la adolescencia de la que hablo se refiere al tono y a la actitud con que fueron abordadas estas historia y sus personajes por el manchego más célebre de nuestro tiempo, tono y actitud que cambiaron casi bruscamente (sólo antes anunciado por Tacones lejanos, 1991) con La flor de mi secreto (1995), que fueron confirmados por Carne Trémula (1997) y que han llegado a  un fascinante grado de lirismo y madurez con Todo sobre mi madre.

“Son tres películas que surgen en un momento en que yo estoy harto de mí mismo -dice Almodóvar- y bastante harto de lo que me rodea, y no quiere decir que de pronto empiece a inventarme a mí mismo y a inventar mi entorno , pero sí que entonces me dirija a otro lugar, de otro modo, hablando de las mismas cosas pero tratando de ser menos almodovariano... que es inútil porque soy quien soy.” En este nuevo rumbo su obra está despojada de la imaginería y las extravagancias de sus personajes y argumentos que lo hicieran célebre y que aplicó eficaz y sistemáticamente en sus diez primeros trabajos, pero permaneció la dinámica y el estilo de esta obra anterior, caracterizada por las tramas paralelas llenas de encuentros y coincidencias, pobladas no por uno, sino por varios personajes principales, cuál de todos más trágico y atribulado.

Esta última película nuevamente es una historia de mujeres, de travestis, de amor, desamor y sentimientos. A partir de un argumento tejido con casualidades que unen destinos, Almodovar crea una fina pieza de drama y humor, una galería de caracterizaciones espléndidas que se dimensionan más todavía en su relación con la trama y con los demás personajes. Dice Cabrera Infante que las películas de Almodóvar muestran un sentido de la estructura interna ya desde el guión, [el cual] él mismo siempre escribe con un seguro oficio del cine y una ingenuidad literaria no exenta de cierto encanto (popular). Esa estructura interna se evidencia de nuevo en Todo sobre mi madre, donde la muerte de un joven dispara hacia atrás, en el tiempo y en el espacio, la vida de su madre, para después equilibrarse otra vez con un nuevo presente que tiene nombres propios: Rosa, Agrado, Huma y Nina.

Todas son mujeres, naturalmente. Y con ellas cinco Pedro Almodóvar perfecciona un poco más ese arte en el que es un experto observador del alma y la condición femenina, con registros que van del humor al lirismo. En esta película los hombres pierden el protagonismo que tuvieron en Carne trémula y que muy poco han tenido en sus  anteriores filmes. Los únicos hombres de Todo sobre mi madre no lo son en realidad, ya por falta o exceso de edad o por renuncia al género. En una mini autobiografía escribía Almodóvar: “No recuerdo haber tenido juguetes en mi infancia, ni tampoco me recuerdo jugando con niños. Ya desde pequeño mi espectáculo favorito era oír hablar a la mujeres.” Este espectáculo es complementado por doce años de trabajo en la Telefónica, experiencia que le “proporciona una información de valor incalculable sobre la clase media-baja española.”

En este filme Almodóvar construye a sus mujeres con melancolía y trágica mirada, pues parte de la muerte como un evento, no que amenaza, sino que marca la vida; también parte de la ausencia del amor, que resulta ser a la larga lo que motiva el mutuo acercamiento entre estas mujeres. Ese acercamiento evidencia la espontaneidad de la amistad femenina (a veces también el recelo o el odio, en el caso de Nina), la incondicionalidad y esa intensidad de los sentimientos que las hace más resueltas ante la vida. No se avergüenzan de esos sentimientos y de sus pasiones y actúan impulsadas por ellos (aspecto determinante en ellas del que, seguramente, Almodóvar tomó nota desde pequeño).

De todo esto brota el humor, la emotividad y la tragedia, esa ambigua trinidad  con que Pedro Almodóvar ha concebido esta gran película, este canto a la mujer y al cine, porque cuál de los dos sale mejor librado con su elocuente y certera mirada. El mejor inventor de mujeres del cine, dijo Caín de él, pero también resultó ser el mejor inventor del cine almodovariano, porque concentró aquello que le dio identidad al cine de su adolescencia: sus temas, su mirada, sus mujeres, y lo pulió con el ingenio y la originalidad de siempre, más la sabiduría y la lucidez otorgadas por los años. Por eso ésta no es  una película cualquiera, se trata sencillamente del más alto grado de perfección y madurez, en el tratamiento de unos temas y en la concepción de un estilo, que ha alcanzado uno de los grandes del cine de nuestro tiempo.

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