Pero recuperamos la confianza perdida cuando nos damos cuenta de que la película fue hecha por Mira Nair, una directora oriunda de la India que sorprendió a medio mundo hace ya casi una década con su opera prima titulada Salaam Bombay!, una impactante historia sobre un joven en las calles de esta ciudad que vive entre prostitutas y drogadictos. Algunos años más tarde, el mundo del cine vuelve de nuevo su mirada hacia esta realizadora, pero esta vez la ve apuntalada en la concha de oro del Festival de Venecia que le fue otorgada por su  película Mississippi Masala (1991), un filme protagonizado por Denzel Washington en el que se trazan complejas observaciones sobre la naturaleza de los conflictos raciales y culturales.

Es necesario mencionar que el talento de Mira Nair ha estado bien respaldado económicamente desde un principio por productoras europeas o norteamericanas, porque es un hecho comprobado a simple vista que resulta difícil sobresalir en un país donde se producen más de dos películas al día, que su distribución está regida por las leyes del star system y las diferencias idiomáticas entre regiones y que, por lo tanto, es un cine de consumo doméstico en el que la calidad es inversamente proporcional a la cantidad.

Este fenómeno en el que productoras internacionales “rescatan” a realizadores del tercer mundo, siempre ha sido peligroso y la más de las veces contraproducente en la obra de los “rescatados”, valga mencionar sólo unos cuantos ejemplos como Alfonso Arau, que entre su mexicana Como agua para chocolate y su hollywoodiana Un paseo por Las Nubes, hay un abismo; el mismo abismo que hay entre El Mariachi y La balada del pistolero  de Robert Rodríguez; o para citar uno más reciente y más patético (aunque no es del tercer mundo), tenemos el caso de Wolfgang Petersen, uno de los honrosos fundadores del Nuevo Cine Alemán en los años sesenta, pero que acaba de dirigir Avión presidencial, esa película en la que Harrison Ford interpreta a Dios, o al presidente de los Estados Unidos que para ellos viene a ser lo mismo.

Ni buen cine ni erotismo

Aunque apenas esta es su cuarta película (la tercera fue Buda, 1994), parece que Mira Nair ya ha sucumbido casi por completo a la corrupción del cine que tiene como único objetivo los grandes dividendos, la primera prueba de ello es que Kamasutra fue rodada en inglés, por las obvias posibilidades de distribución a nivel mundial que este detalle conlleva. La segunda, que haya utilizado el título del libro escrito por el sabio Vatsyayana, aunque la inaceptable historia que nos cuenta no tenga prácticamente nada que ver con este tratado de las reglas del amor escrito en  sánscrito hace más de quince siglos. Este, entonces, parece más bien el trabajo de un occidental oportunista e ignorante de la milenaria cultura india.

Y es que esta película no alcanza siquiera el tono propio del melodrama (un recurso narrativo que, a pesar de los prejuicios que tengamos contra él, ha alcanzado altos niveles de calidad con directores como Rainer W. Fassbinder o Arturo Ripstein), pues su historia y tratamiento argumental tiene más características de “culebrón” televisivo, porque tanto los personajes como las situaciones y la forma como evoluciona su trama, no se diferencian mucho de estos productos de la pantalla electrónica para consumo masivo. Así es como en esta película están la chica rica, la chica pobre, el poderoso abyecto, el artista virtuoso, el amor imposible, las mágicas casualidades y, en fin, un largo etcétera que ya todos se deben imaginar. Por estas razones, aunque su duración es la normal, es una de esas películas que se antojan interminables, con ese ritmo que parece a saltos, debido a una rara concepción de la edición y las transiciones entre secuencia y secuencia.

Esta película desde el punto que se le mire es decepcionante. Quienes querían ver buen cine o por lo menos una buena historia, no pudieron de ninguna manera; el probable exotismo se limita a un tratamiento preciosista de las imágenes que proporciona el paisaje y la cultura de la India; y aquéllos que buscaban erotismo, que era la gran mayoría, porque ese era el gancho, la tramposa zanahoria con la que al parecer sus realizadores planearon este filme, tampoco lo encontraron. Y es que el erotismo no sólo es desnudez, no sólo son las caricias que preludian el coito, es algo difícil de conceptualizar pero, si se tiene bien claro, muy fácil de mostrar, y esto fue precisamente lo que no pudo hacer Mira Nair con su desafortunado Kamasutra.

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