En su autobiografía, titulada ¿Mamá qué hago? Vida secreta de un director de cine, que acaba de ser publicada, Mayolo salda cuentas con su vida personal y cinematográfica. Cuando habla de cine, mira en perspectiva su obra, la manera como la hizo y lo que piensa de ella. Hay muy pocas quejas al respecto, pues parece que siempre hizo las películas que quiso y quedó satisfecho con ellas. Además, su pasión por el cine y por la vida misma se evidencia en cada línea, en cada frase ingeniosa y en cada declaración honesta y provocadora. Pero cuando sostuvimos esta conversación con él, en el marco del III Festival de Cine y Video de Santa Fe de Antioquia, esa pasión parecía trastocada en desgano y decepción, pero por el presente, no por el pasado, no por el tiempo en que estuvo al frente y detrás de las cámaras. Tal vez sólo sea un mal momento y dentro de poco tengamos la tercera entrega del “gótico tropical” que ya está anunciando.

El Festival de cine Toma 5 le va a hacer un homenaje. ¿Qué piensa de los homenajes?

A mí me parece un poco inmerecido tanto homenaje, porque realmente mi obra no es tan grande. Lo que pasa es que les llama la atención el tipo de películas que he hecho, no es por el tamaño de la obra. Por ejemplo, Agarrando pueblo (1977) tiene mucho que ver con cosas universitarias y con el desarrollo del cine documental y las otras películas pues también tienen que ver con la historia del cine colombiano. Pero a mí básicamente no me interesan los homenajes ni me gusta eso de volverse uno como una figura.

Si su obra no es grande pero sí importante en la historia del cine del país ¿Cómo ve esa obra en relación con el cine que se hacía en el momento en que usted la creó?

Oiga vea (1971), por ejemplo, es una película que se hizo contra otra película que se estaba haciendo sobre los Juegos Panamericanos. Es una película que reacciona, que busca cómo hacer un nuevo documental jovial, un documental de interrelación entre sonido e imagen, un documental donde el pueblo era el que hablaba, en que la gente era la que daba las opiniones, era un documental abierto, distinto a los demás documentales que se hacían en la época, en el cine político. Es una película jovial y sigue siendo una película política, sin necedad de que sea “seriosa”. Entonces con ese tipo de elementos, sobre todo la interacción entre el sonido y la imagen, que la imagen no correspondiera con el sonido en contradicción, fuimos encontrando otros elementos para expresarnos, como en Cali de película (1972), que también es una película que, a punta a contraponer sonido e imagen, devela y produce chistes, y es irónica y es una película juguetona, que muestra a la ciudad en sus verdaderas contradicciones. Agarrando pueblo es otra película que era necesario hacerla, porque yo pensaba hacer un artículo escrito de crítica sobre la “pornomisreria” (palabra que nos inventamos Luis Ospina y yo), sobre cómo la miseria se filmaba abyectamente y cómo se exportaba miseria y cómo la gente con sólo filmar al pobre creía que ya había cogido a Latinoamérica por los cachos, y Latinoamérica faltaba mucho por analizar. Esa no era la manera correcta de filmar. Entonces decidimos hacer Agarrando pueblo que es un argumental sobre cómo no se debe hacer un documental en América Latina.

Una palabra clave en su obra temprana es la de “marginal”. Usted hizo un cine marginal no sólo en  términos de producción sino también en el tipo de cine y en los temas que proponía.

Yo sí hubiera mantenido la intención de hacer las cosas por fuera, de todas formas había que hacer las cosas por fuera en esa época, porque no había productores, no había nadie que nos diera la plata para producirla, o sea que era marginal en la medida en que salía de la marginalidad de la producción y era marginal también el tema, porque los temas tenían que ser novedosos y tenían que aportar cosas distintas a una sociedad que no nos ofrecía nada, había que buscar por todos los lados cosas novedosas para poder comentarlas.

¿Y se acabaron las cosas novedosas, ya no ve nada?

Siempre habrá algo novedoso, que me produzca curiosidad de hacer una película. Pero ahora no me siento tan lleno de ideas como antes, no se me ocurren muchas cosas para hacer, tengo muy pocas ideas. Antes quizá porque era más joven, había más deseo de participar ahora no tengo mucho deseo de participar.

¿Qué causa ese desgano?

Pérdida de interés por las cosas. Además veo que hay una generación nueva que puede hacer cosas distintas, que puede tener opiniones más precisas sobre una situación. En este momento, en esa película que estoy por realizar, quiero poner a hacer el amor bastante a un par de pelaos, pero no sé si la opinión mía de cómo debe hacerse es como se hace ahora. Prefiero y quiero hacerla con universitarios y que ellos me den como un pie para saber cómo son esas relaciones.

¿Asesores sexuales?

Asesores sexuales, sí. (risas).

Ayer precisamente veíamos Agarrando pueblo en un auditorio lleno donde buena parte era un público joven y fue muy bien recibida, no había envejecido. ¿Cree que el resto de su obra tampoco ha envejecido?

Pues viendo La mansión de Araucaima (1986), la película está completamente vigente, está completamente joven. Viendo también Carne de tu carne (1986) en estos días con alumnos, también me di cuenta de que la película está completamente vigente. Agarrando pueblo es una película vigente. Yo creo que las películas entre más contradictorias sean con la realidad y más traten de decir cosas no usuales, las películas conservan más vida. Carne de tu carne, por ejemplo, está vigente absolutamente lo de la violencia, el monstruo incestuoso devorador de hombres todavía sigue vivo, ahí están ese par de monstruos vivos. En este momento la sociedad sigue exactamente igual, por ese par de demonios vigentes. La mansión de Araucaima también no tiene tiempo ni espacio, puede ser en cualquier momento y en cualquier parte, tiene esa característica y por eso la película de repente es vigente.

Tal vez lo que más caracteriza a estas dos películas, sus únicos dos largometrajes, es lo gótico y lo trágico. ¿Si hace otro largo la idea es continuar con esa tendencia?

Sí, el largo que pienso hacer probablemente este año o el año siguiente tiene que ver con esa estructura del gótico: vuelve otra vez el incesto entre dos hermanos se mata al papá y se forma una especie de utopía en la finca del antiguo padre muerto, donde guerrilleros y paramilitares ya han pasado por esas tierras y se puede crear una utopía entre dos amantes que son prohibidos. Entre dos amantes vetados.

Eso parece una segunda parte de Carne de tu carne, pues además del incesto y el crimen también está la relación con el país violento, con el país real.

Pues de repente es una cuadrada de caja con las circunstancias de ahora de la realidad.

Balance de vida

¿Por qué quiso escribir una autobiografía?

No sé, un día empece con un papel y puse la primera frase y me salió una cosa interesante sobre mi infancia. Sobre todo que vi relaciones de mi infancia como con lo de ahora, con todo lo que tenía que ver con mi manera de hacer cine, y empecé a relacionar mi vida con elementos de la cinematografía y de dónde habían salido todas las ideas y por qué y a sincerarme también en la cuestión con las drogas. Nadie habla aquí que es drogadicto, a mí me importa un culo decir que yo soy drogadicto. Y por qué lo hago y por qué me gusta y para qué me ha servido, y el sexo y las mujeres, y una cantidad de libertades que he tenido y que quería compartirlas con la gente para que supiera que existe ese tipo de conducta, con un poco de descaro.

Una autobiografía es un balance así sea un poco prematuro de la vida. ¿Cuál es su balance?

El balance es que estoy un poco satisfecho con lo que he hecho. Un poco veo que lo que más desilusiona es que no haya posibilidad de hacer cosas y que no exista una oficina de cine, que uno es un marginado, un desempleado, que no tiene oficio, que se le pasan los años a uno y uno no es capaz de organizar una película porque no hay cómo ni con quién. Endeudarse, no tener público, que la película mía no pueda ser proyectada en Argentina, que el cine argentino no sea presentado aquí, que el cine venezolano no pueda venir a Colombia, que el cine colombiano no pueda ir a Venezuela. Entonces hay una serie de taras de la distribución y de la producción que hace que uno se ponga como muy displicente con la producción y con querer expresarse. O sea, ya luché tanto que ya me da lo mismo hacer algo o no hacerlo, si se puede lo voy a tratar de hacer sino no se puede no lo voy a tratar de hacer.

¿Ese desengaño para hacerlo también es para verlo?

Yo casi no voy a cine. Yo estoy como muy retirado. El cine latinoamericano me cansa es como muy simple, no sé.

¿Y el colombiano?

Del colombiano hay películas que me gustan, algunas de Gaviria me gustan, pero en términos generales el cine colombiano me saca la piedra, no me gusta, es un cine como muy pegado a la realidad y hecho con todos los defectos de Colombia. Confesión a Laura (Jaime Osorio, 1990) es una gran película. Muy pocas películas colombianas me llaman la atención. Y además por la manera de yo entender el mundo y de entender las cosas se me hace que esas películas no explican suficientemente los verdaderos problemas de un país, o sea, son como parodias, son como películas incompletas.

Caliwood

Su generación marcó casi un hito con todo lo que hicieron en Cali. ¿Qué le dijo su generación en últimas al país?

Éramos unos tipos muy entusiastas, hacíamos cine cada vez que podíamos, nos sacrificábamos por hacer las películas, ofrecimos una visión de Colombia que fue el gótico tropical, ofrecimos la película de Luis Ospina (Pura sangre, 1982) que tiene también una forma de ver el país también distinta al otro cine. Ofrecimos revistas críticas, ofrecimos actitudes vitales, como nuestra conducta con las cosas, no tenemos hijos, todavía podemos seguir sintiéndonos adolescentes en ese sentido, pues no tenemos una generación detrás de nosotros. Entonces eso nos da cierta irresponsabilidad para poder decir las cosas y poder ser como más sinceros.

¿Lo ideal no sería decir esas cosas en cine, o al menos en video o televisión canalizar esa intensidad?

Bueno yo he hecho televisión, he hecho Azúcar (1990), La otra raya del tigre (1993), Hombres (1996), que son unas series que nos son común y corrientes dentro de la televisión colombiana. Azúcar, por ejemplo, fue una épica histórica, una serie de costumbres: el mestizaje, la relación del Valle del Cauca con la salsa, todo este cuento de la hacienda, el hijo natural, todo eso que marcó una época, una curiosidad y una opinión sobre las maneras de ver el país. Hombres también fue una comedia bastante libertaria, bastante abierta hacia la sexualidad y hacia las costumbres sexuales de la época. Y La otra raya del tigre fue una manera de ver históricamente un momento que la gente no conocía y que había que analizarlo desde el punto de vista de la cotidianidad también y buscar que eso fuera representativo. Esas tres obras fueron representativas de una ausencia del cine en mi carrera. La una es de 92 horas, la otra son cien horas, la otra son 13 horas, o sea que sí ha habido un aporte además de las películas.0

¿Qué piensa de Cali después de todos esos años de hacer cosas en esa ciudad y de haberla vivido de una manera tan intensa?

Pues hay un gran amor por la ciudad, porque es la ciudad donde me hice, donde tuve mis primeras relaciones con todo. Mi madre era una apersona muy libre, mi padre era una persona muy extraña, muy enredada, ingeniero de minas, hablaba inglés todo el tiempo, había estudiado en Estados Unidos. Yo entendía un Cali muy americanizado. Cuando estaba chiquito mi mamá era secretaria del consulado americano, entonces desde chiquito tuve una relación placentera con la piscinas, con los gringos. Entonces ya con el tiempo y con la izquierda uno se da cuenta de que esa misma ciudad placentera tenía otras clases sociales y que esas otras clases sociales reaccionaban a la ciudad placentera distinto, como es la salsa, el baño en el río, bueno, una cantidad de costumbres que hay en el Valle del Cauca. Todo eso me fue dando como una ciudad que fui asimilando poco a poco, entonces en todas las películas se trata como de llegar al amor a Cali tanto Oiga vea, como Cali cálido calidoscopio (1985), como Cali de película son películas sobre la ciudad y casi todas las películas nuestras tienen mucho que ver Cali. En la película de Luis Ospina también es sobre el monstruo de los mangones, el horror de la ciudad. A nosotros nos tocó la violencia, a mí me tocó las salidas de las jaulas pájaros de la violencia por la ciudad. No se podía sino rezar el rosario a las seis de la tarde, las ventanas las tocaban, a la gente la mataban. Siempre viví como en esa ciudad llena de avatares y de cosas y es una ciudad que la quiero mucho y que creo que he tratado de interpretarla en mis películas y que ahí está.

¿Y el Cali actual?

El Cali actual no lo he vivido, porque he vivido en Bogotá mucho tiempo. Hay un desinterés mío ya por las cosas, pues me importa un culo lo que pase con las cosas. Para mí Cali sigue siendo uno de los elementos que yo tuve y que se han ido perdiendo o que ahí están pero que nadie los ve. Esas crisis de la mafia y todas esas crisis, para mí no tienen importancia, no me interesan.

¿Tiene melancolía de la de la Cali de su juventud?

Pues sí, tengo nostalgia de ciertas cosas. La juventud de todas formas es el momento en que uno más placer tiene sobre todas las cosas y me gusta recordar a Cali y me gusta volver a ella y volver adonde los amigos y sentirla, porque nosotros contribuimos mucho a la construcción cultural de Cali en los años setenta y en los años ochenta. Nosotros fundamos una comuna que se llamaba “Ciudad solar”, entonces allí pusimos sala de exposiciones, cine club, laboratorio de fotografía. Todo el mundo que quería podía ir a dormir allá y pasar una temporada. Allá operaba Andrés Caicedo con el cine club, cada uno teníamos un cuarto y vivíamos allí en comuna, comíamos lo mismo. Entonces eso empezó como a contribuir a una nueva cultura de expresión en Cali y nos sentimos partícipes de muchas cosas que se hicieron en Cali.

Ya que está hablando de esa época. ¿Cómo ve a Andrés Caicedo en la distancia?

¡Ah! A mí ya me aburre mucho Caicedo, porque he cargado ese muerto 25 años. Fuimos amigos… ¡Es que me cansa hablar de Andrés Caicedo! …Fuimos amigos, hicimos películas juntos, ya todo pasó, Andrés es famoso por su libros, la juventud tiene un mito con él. Yo me siento ya parte de eso y no me gusta mucho hablar de eso, porque ya es más lo que se sabe de lo que se ha dicho…

Usted habla mucho de placer y hedonismo: en su ciudad, en su vida y eso es también una impronta de sus películas, pero al final siempre terminan en tragedia. ¿En su vida también está presente esa tragedia?

Pues yo he sido igual de hedónico, yo hasta soy más sinvergüenza ahora que antes. No atisbo la tragedia, porque la evito y la veo innecesaria.

Pero en sus películas sí está.

En mis películas está como una conclusión política o como una conclusión de que un estado de cosas imaginario, inventado y utópico no puede ser soportado por la sociedad y al fin y al cabo la sociedad lo destruye. Como en La mansión de Araucaima. O como en Carne de tu carne, que también tienen los campesinos que matar a los muchachitos para poder liberar al mundo de la podredumbre de ellos, del canibalismo y de toda esta cosa. Entonces la tragedia en las películas está, pero en la vida si yo no la veo, yo veo la vida como muy agradable y la estoy viviendo muy sabroso y la paso bien y no veo como nada caótico cerca

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