La mirada y autonomía femeninas

Oswaldo Osorio

En una época en que es una importante tendencia el cine feminista y muchas películas son empujadas en la corriente principal por el empoderamiento femenino, es refrescante y reconfortante encontrarse con una obra que hable de la naturaleza femenina sin enarbolar banderas ni apelar a discursos o clichés que tomen atajos para referirse al tema. Sandra, la protagonista de esta película, es madre, trabajadora, amante y mujer. Pero ninguna de estas condiciones supedita la otra, y así lo demuestra la rutina que el relato describe y observa con sensible meticulosidad, apelando a un tipo de realismo sutil, revelador y sin tremendismos.

La película comienza con el primer día de trabajo de Sandra como vigilante en un centro comercial, también ese día conoce al conductor de bus con quien más adelante tendrá una relación. Estos dos aspectos son los que, en principio, articulan todo el relato que, más que un argumento, propone acompañar a la protagonista durante algunos días y hacernos testigos de su desempeño en esos mencionados roles en que se mueve su existencia. Parece un planteamiento simple, pero eso a ojos de quienes esperan una convencional historia con narrativa clásica e inesperados giros, porque en realidad se trata de la imbricada construcción de un universo cotidiano, el de una mujer y de una ciudad, que siempre están diciendo más de lo que en apariencia presentan en la imagen y en esas acciones triviales y recorridos rutinarios que componen buena parte del relato.

En una ciudad como Medellín, de fuerte tradición realista, puede verse cómo encaja con naturalidad esta película, no obstante, no es el realismo social alineado con ideologías y resistencias, ni tampoco el realismo sucio que suele retratar la violencia y la marginalidad, se trata de un realismo distinto, que apenas en este siglo se ha estado cultivando y puliendo en Latinoamérica, el cual bien puede llamarse realismo cotidiano, cinestésico o centrífugo, dependiendo a qué autor se cite, porque apenas se está consolidando la reflexión sobre el tema.

Y no es que esta ópera prima repudie esos realismos que la anteceden, de hecho, hay un bello homenaje a la primera película de Víctor Gaviria cuando Sandra, mientras asea su casa, canta la misma canción que entona la hermana de Rodrigo cuando trapea. Pero Este realismo se interesa más por las historias cotidianas o intimistas, dejando las problemáticas sociales y políticas en un fuera de campo, aunque sin negarlas necesariamente. Tampoco está impulsado por un conflicto central fuerte, por eso Sandra no tiene grandes problemas qué resolver, salvo saber asumir el día a día de acuerdo con su naturaleza y necesidades. De ahí es que se desprende esa dinámica reposada y sin sobresaltos de este tipo de relatos, que son como un pedazo de vida. Pero no hay que caer en el reduccionismo de decir que “no pasa nada” allí, porque en la vida siempre está pasando algo, solo que se necesita la disposición y sensibilidad para identificarlo, y esta cineasta sin duda tiene esas cualidades.

Entonces en esta película es posible ver a su protagonista en un revelador viaje de autodescubrimiento y libertad, pero es revelador más para el espectador que para ella misma, quien parece tener claras las cosas desde hace mucho tiempo. Lo suyo es una autonomía que la mantiene libre y calmada, sin depender del universo masculino como tantas otras mujeres; pero no es que no le importen los hombres, pues sí los quiere en su vida, como al chofer, pero no la determinan. Y esto lo aprovecha su guionista y directora para desarrollar unas sólidas ideas sobre el cuerpo y el placer femeninos, los cuales casi siempre han sido negados por la mirada masculina cuando estos aspectos no están en función de los hombres, tanto de los que están en la escena como de sus creadores y de los espectadores.

Es así que cuando Sandra canta Tu muñeca, de Dulce, la letra de la canción tiene una connotación completamente distinta, por eso esa escena funciona como homenaje a Rodrigo D, pero también como ironía. Además, esa mirada femenina –que no feminista, hay que insistir– que propone esta película, cuyo principal recurso es su protagonista y su forma de asumir la cotidianidad, es complementada por el coro de mujeres con que ella interactúa, dando lugar a una desenfadada muestra de sororidad y a un intimismo femenino al que, para los hombres, tal vez solo es posible acceder por medio de relatos como este.

De otro lado, mencionaba antes la ciudad como protagonista. En esta película Medellín se ve, se recorre y se escucha. Para esto es fundamental el realismo cotidiano, pues su concepción del tiempo y de transitar el espacio permite la construcción de un mapa urbano y unas atmósferas sonoras de ciudad que solo es posible con relatos que, como este, no están “distraídos” con destacadas acciones o giros sorprendentes. Esta ciudad se experimenta de una forma más vivencial y orgánica con los recorridos de Sandra para llegar a su casa o cuando simplemente se fuma un cigarrillo en su terraza. Así se ve y se oye Medellín, con sus titilantes luces trepando las montañas y con el ritmo en distintos planos y de diferentes músicas siempre presentes en ciertos sectores y barrios. Y claro, la película es consecuente con esta musicalidad de la ciudad, por lo que muchas canciones, sobre todo de salsa, suenan y suenan a lo largo de la narración.

Así que se trata de una película que presenta unos aspectos que, si bien no son inéditos en el cine nacional, sí los avanza significativamente, como su forma de asumir el realismo cotidiano, la representación que hace de la mujer, la Medellín reconocible pero mapeada con muchas más capas y hasta la manera como usa la música. Por todo esto, se trata de una obra que dista mucho de parecer una ópera prima, porque resulta madura, compleja en su sencillez y expresiva en ese universo que construye.

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