El primer muerto es el que cuenta

Oswaldo Osorio

Esta película es sobre la muerte y la guerra, el amor y el desamor, pero también sobre la vida. Es un relato intimista de dos soldados en medio de un conflicto en el que creen más por haber sido arrinconados a ello que por convicción. Es una película de carretera con una propuesta visual y de producción que marca diferencias en el contexto cinematográfico nacional. Es la tercera película de un director que nunca decepciona y que aquí se muestra más grave y desencantado con las ideas que plantea.

El Felipe Aljure de esas dos enérgicas y divertidas películas que son La gente de la universal (1995) y El colombian dream (2006) ya no está en Tres escapularios, o más bien, está transformado. Sigue siendo un cine lúcido y punzante con la realidad nacional, con tramas apuntaladas en triángulos amorosos e inquieto en sus búsquedas y soluciones estéticas, pero ese humor ingenioso y cáustico, así como la vivacidad de sus personajes, han desaparecido. El olor a muerte aquí es más espeso y el mundo interno de los protagonistas cambió la ironía,  el cinismo y la búsqueda del beneficio propio por la amargura, el resentimiento y un trastocado idealismo.

Se trata de la historia de Nico y Lorena, dos guerrilleros que son enviados a matar a una delatora. Él nunca ha asesinado a nadie, ella sí está curtida por la guerra, él es calmado y un poco ingenuo, mientras ella impetuosa y llena de rencor. Este contraste es el contrapunto que sostiene el relato de principio a fin, con una tensión sexual y de desconfianza que crece progresivamente. Además, la inminente cercanía de la muerte siempre está determinando su relación y conversaciones, así como por los terceros ausentes, quienes son sus desamores por distintas razones. Y esa combinación de muerte y desamor rara vez les deja tener algún sosiego.

Son esos diálogos donde más está plasmado el alegato que hace esta película contra la guerra, como concepto en general y la colombiana en particular. Es en esa cada vez más íntima interacción entre esta pareja que se devela el conflicto desde un punto de vista casi inédito en el país, el de los soldados rasos, la carne de cañón de la guerra, los que no eligieron estar allí, pero que, ahora que están, asumen su papel de diversas formas. Son personajes dimensionados, más que por su condición de soldados, por toda esa otra vida que llevan a cuestas y que cargan con menos soltura que sus pistolas.

Por otra parte, este filme es una propuesta de producción que plantea un modelo de cine posible. Una cámara fotográfica y un equipo reducido que cabía en tres carros emprenden un viaje a la costa y ruedan una película. Y esa cámara, esas condiciones y la historia que quieren contar, determina una concepción visual llena de fuerza y belleza. La expresividad del gran angular, la elocuencia de la pantalla dividida, así como la capacidad contemplativa y la posibilidad de cuidados encuadres del plano fijo, son algunos de esos elementos que definen la estimulante estética de esta cinta.   

A la tragedia de la guerra se le suma la amargura del amor, ambos andan entre el duelo y el despecho, perfilándose como las puntas de dos triángulos amorosos que al tiempo alivian y complican la vida. Así que el desasosiego es casi pleno, complementado por las subidas y bajadas de una relación que mejora y empeora de una escena a otra. Tal vez solo al final, en el crítico cruce entre el inicio y el fin de unas vidas, logren encontrar la armonía que desde el principio le hizo falta a su encuentro.

Publicado el 26 de agosto de 2018 en el periódico El Colombiano de Medellín.

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