Oswaldo Osorio

A propósito del estreno de The Guilty (Antoine Fuqua) en Netflix, se podría hacer un repaso y reflexión de un tipo de relato que, si bien ya era conocido, se potenció con la pandemia y el confinamiento. Este cine fue la respuesta que muchos encontraron para rodar en medio de las limitaciones propias de la crisis de salud pública mundial: una sola locación, uno o unos cuantos personajes y economía de recursos cinematográficos a la hora de la puesta en escena.

La película protagonizada por Jake Gyllenhaal, aunque es el remake de una cinta danesa de antes de la pandemia, aprovechó la premisa simple de un policía que atiende llamadas en la línea de emergencia para hacer este “cine confinado”, un cine que, por sus características, permite (y exige) el lucimiento de los actores a falta de secuencias donde las acciones, los desplazamientos o el cambio y descripción de situaciones y espacios pueden ocupar mucho tiempo del relato, el tiempo más cinemático, claro.

Netflix y Pablo Larraín fueron los primeros en buscarle salida (o aprovechar) el confinamiento cuando, a muy poco de iniciada la pandemia, crearon Hecho en casa (2020), una serie de 17 cortometrajes realizados por cineastas de todo el mundo y convocados por este director chileno. La mayoría fueron historias de un solo personaje o, cuando más, una familia, encerrados en su casa o apartamento. Se destacaron las historias de Paolo Sorrentino, Maggie Gyllenhaal y del mismo Larraín. 

Se pueden mencionar también tres películas que, además de ese único espacio y los pocos personajes, tienen como característica común que se trata de historias de afroamericanos que reflexionan sobre su condición en la sociedad estadounidense: en Malcolm & Marie (Sam Levinson, 2021), una pareja habla y discute largamente sobre amor, cine, feminismo y racismo; en Una noche en Miami (Regina King, 2020) en una habitación de hotel se reúnen Mohamed Alí, Jim Brown, Sam Cooke y Malcom X para hablar de lo que es ser un hombre negro de éxito en plena época de la lucha por los derechos civiles en la década del sesenta; y en La madre del blues (George C. Wolfe, 2020), Viola Davis despliega sus dotes en ese estudio de grabación de los años veinte, con el tema racial presente casi en todos los diálogos.

Como estos hay múltiples ejemplos, como la francesa Oxígeno (Alexandre Aja, 2021), contada toda desde una pequeña capsula en una nave espacial; Solos, la serie de Prime en que cada capítulo interviene un solo actor; la española El hoyo (Galder Gaztelu-Urrutia, 2020); y hasta en Colombia se hizo El baño (Harold Trompetero, 2020).

Se trata de un cine minimalista, donde el actor o los pocos actores se echan casi todo el relato al hombro, lo cual puede volverse tedioso o limitado en sus posibilidades expresivas, como en The guilty, donde solo vemos hablar y hablar por teléfono a este policía, y si bien hay picos dramáticos y giros sorpresivos, todo depende de los diálogos de un solo personaje y de las escasas opciones visuales para mostrar esto. Consecuentemente, en estas películas el cine puede ser menos cine, es más texto y muchas veces termina pareciendo teatro. 

Publicado 4 de octubre el de 2021 en el periódico El Colombiano de Medellín.   

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