Buscadores de tesoros

Por Oswaldo Osorio Image

La crítica de cine no suele ocuparse de películas como ésta. Es decir, películas que han sido diseñadas para atraer de la manera más fácil la mayor cantidad de público posible, lo cual en este caso empieza por la dudosa calidad del best-seller  en que se basa. Y es que con estas películas se aplica uno de los principios de la crítica: no pedirle a un filme lo que éste no tenía la intención de ofrecer desde su misma concepción. Pero con esta nueva cinta de Ron Howard es inevitable sentar posición, puesto que lo popular y taquillero suele pasar por valioso, más aún cuando está revestido con el disfraz de la elaboración y de la alusión a temas serios.

Además, la valoración que pueda hacer la crítica de cine frente a un filme como éste debe ser, aunque parezca redundante, desde lo cinematográfico, puesto que lo que propone su tema es otra discusión que llevaría a bizantinadas que se reducen al simple hecho de creer o no creer en tal o cual cosa. Que María Magdalena se haya casado con Cristo y en consecuencia sea ella el verdadero santo grial, podría ser tan válido desde la fe como quien cree en un hombre que caminó sobre el agua y resucitó al tercer día. La especulación sobre temas históricos y religiosos en función de la ficción no se la inventó Dan Brown, el autor del libro. El polémico matrimonio ya había sido propuesto por La última tentación de Cristo, el libro de Kasantzakis y el filme de Scorsese; las tramas detectivescas con sociedades secretas, envueltas en misteriosas guerras sobre la fe, se pudieron ver con mayor rigor y talento en El péndulo de Foucault, de Umberto Eco; incluso ya el cine había mostrado a la última descendiente de Cristo, encarnada por la siempre inquietante Linda Fiorentino en la divertida Dogma (1999), de Kevin Smith.

Lo que importa en esta película, entonces, no es tanto si es verdad o no lo que propone, sino si es verosímil el relato y cómo lo estructura. Cuando Superman vuela nadie cree que exista, pero no se pone en duda que está volando en la película. Por eso en El código Da Vinci lo importante, por encima de sus especulativos temas, es el esquema argumental y narrativo que propone, que no es otro que el de “la búsqueda de un tesoro”. Es esa dinámica de descifrar signos y seguir un mapa de pistas, eludiendo obstáculos y antagonistas que también van tras el tesoro, lo que aquí se debe considerar.

En este sentido, resulta una película muy irregular. Su primer lastre es el exceso de información que debe sobrellevar, una información que, por lo compleja y cargada de referentes, sólo puede darse por medio de diálogos. Otra inconsistencia, que es herencia directa del libro, son las secuencias de acción con las que tratan de nivelar tanto diálogo, muchas de las cuales devienen de acciones gratuitas o llevan a soluciones fáciles: que el banquero no les dispare sino que primero quiera encerrarlos en el camión, el veloz paso del avión al carro cuando llegan a Londres, llevar consigo al monje, que el policía francés después de atraparlos los deje continuar con la búsqueda, en fin, una trama engaña tontos.  

Con todo y esto, si el cine de Ron Howard se caracteriza por algo es por entretenido. En esta película se notan los esfuerzos por serlo (lo cual también es un problema) y por momentos lo consigue, sólo que esto depende mucho de que al espectador le apasione el tema de la especulación religiosa, histórica y ocultista, y que además tenga más referentes sobre esos asuntos que los que proporciona el filme, porque de lo contrario, se encontrará con una película en la que hablan mucho, con una carga de información complicada y compleja, adosada con algunas secuencias de acción sin gran fuerza ni consistencia.

Publicado el viernes 26 de mayo de 2006 en el periódico El Mundo de Medellín.

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