O la dudosa liberación de un pusilánime

Por Oswaldo Osorio

 

El cine colombiano todavía está en un periodo de “primeras veces”. Esta es la primera vez que se hace un largometraje con la técnica de la rotoscopia (filmar o grabar actores reales y transformarlos en dibujos animados). Y para hablar de esta película es necesario empezar por este aspecto técnico porque es lo que, de entrada y en su promoción, define esta propuesta cinematográfica y, por eso, determina algunos de sus aspectos más importantes, en especial el tono de la película y la caracterización de los personajes.

Así que lo primero que el espectador seguramente se preguntará es ¿Por qué hacer una película así y qué le agrega o le quita esta técnica tan particular a la historia que querían contar y a las ideas que se proponían plantear? Como principal ventaja, se puede anotar el atractivo visual que supone dicha técnica. Las formas delineadas y el color se imponen como valores plásticos que pueden ser un deleite para quien se sepa conectar con este tipo de representación. Además, ese juego de contraste y complemento entre los espacios realistas y los personajes dibujados realmente siempre ha conseguido un efecto plástico muy eficaz y sugerente.

Ya experiencias formales como esta se han visto desde hace mucho en el cine, porque la rotoscopia es una técnica que se inventó apenas unos años después de la aparición del cinematógrafo. Desde algunas de las imágenes de Blancanieves y los siete enanitos (Snow White and the Seven Dwarfs, 1937) hasta esas dos raras y reflexivas obras de Richard Linklater (Waking Life, 2001 y A Scanner Darkly, 2006), se han visto este tipo de propuestas, lo que ha cambiado últimamente es que en lugar de cine se graba en video y lo que ha cambiado siempre es el acabado final que cada director decide para sus dibujos, porque en definitiva de eso se trata la rotoscopia, de una reinterpretación que el dibujo hace de la imagen real filmada o grabada, y pueden haber tantas reinterpretaciones como estilos de dibujos.

En este caso, ese acabado final es el que hace dudar de esta propuesta visual, pues para una historia que depende tanto de la interpretación de los actores y de las emociones y estados de ánimo de sus personajes, en especial de su protagonista, el estilo de dibujo que aplicaron a esta técnica francamente limita todo el trabajo que un actor pueda hacer. Salvo por la “actuación de la voz”, lo que se refiere a las facciones, gestos y lenguaje corporal, son reemplazados por unas coloridas masas en permanente mutación, rayadas con nerviosas líneas que insinúan las formas. Muchas veces, un rostro se reduce a una superficie blanca con cinco orificios. En otras palabras, lo que gana en expresión plástica lo pierde en expresión dramática. Tal vez esto no sea mayor inconveniente, porque igual la carga dramática está en la historia, la construcción de personajes y la actuación de la voz, pero sí fue una decisión visual extrema que obliga al espectador a decidir qué prefiere, si la audacia del tratamiento estético o los detalles que refuercen el planteamiento dramático. 

Ahora, en cuanto lo que nos cuenta, este filme en esencia es la historia de liberación de un “perdedor”, un hombre con un trabajo de mierda, abrumado por la soledad, con serios problemas de autoestima y de quien todos se aprovechan. Aunque por momentos corre el riesgo de ser una historia de superación personal (habla de autoconfianza, de valorarse a sí mismo, de dejar atrás el lastre del pasado, entra a un grupo de apoyo, etc.), este aspecto termina matizado por el patetismo con que es planteado el personaje, que a veces funciona como comedia y otras como un ser entrañable con el que el espectador termina por simpatizar.

Por otra parte, aunque es cierto que el relato da cuenta de una transformación, este hombre no lo logra por sí mismo, sino que parece que son los guionistas los que le solucionan todo: le dan una chica, el grupo de apoyo, un amigo con poder y eliminan a sus adversarios de oficina. El gordo, calvo y bajito solo responde con lo justo y aprovecha la oportunidad, sin que sea realmente una liberación del pusilánime que siempre será. Farfán, interpretado por Álvaro Bayona, no luchó sus batallas, las lucharon por él o lo llevaron en hombros, y eso finalmente decepciona un poco del personaje. Y no ayuda verlo (al personaje y al actor) rodeado de otros personajes y actores que se hacen peligrosamente familiares con las telenovelas y series de la televisión nacional, como Julio Medina, Jairo Camargo, Marcela Mar, Sandra Reyes, Ernesto Benjumea y Elkin Díaz.

En una cinematografía que siempre se ha pasado de conservadora, son necesarias y refrescantes propuestas como la de esta película. No obstante, siempre queda la duda de si una decisión estética tan extrema fue tomada a priori por capricho y por apostarle a la novedad, o si realmente le aportaba verdaderamente a la idea. Así mismo, esta historia de un “perdedor” deja la ambigua sensación de si se trata de un obvio cuento de superación personal, una cinta con el tufillo de comedia de televisión o el emotivo y divertido relato de un hombre que se libera de sus limitaciones. En últimas, tal vez sea un poco de todo eso.

Publicado en la revista Kinetoscopio No. 99, de Medellín. Julio - septiembre de 2012.  

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