Más moraleja que cine

Por Oswaldo Osorio Image

El cine nació como un espectáculo y eso es lo que históricamente más ha atraído el gran público, por tal motivo Hollywood ha reinado siempre en las taquillas de todo el mundo. Pero en Colombia es más bien poco lo que se ha dado esta vistosa característica, y ésa parece la razón de la expectativa y subsecuente respuesta en las salas que Karmma generó entre el público: era una película que prometía espectáculo y secuencias de acción poco frecuentes en el cine nacional y logradas con un considerable nivel. A la postre, todo esto sería sólo muy útil para realizar los cortos promocionales y para entusiasmar a ese tipo de público que está reclamando un cine “distinto” en el país, pero en realidad es un filme que queda debiendo mucho, principalmente en lo que se refiere al relato y las ideas que plantea.

Ya hace muchos años que el cine colombiano, en lo que tiene que ver con la factura técnica, dejó de ser cine pobre, es decir, ya es un cine que se ve y se oye perfectamente, incluso muchas películas ya tienen una propuesta estética importante. Porque, como se sabe, mucho del cine que se hizo antes de los años noventa, tenía grandes deficiencias técnicas, cuando no es que simplemente algunos filmes eran ininteligibles. Y esto es un poco trágico decirlo cuando en ese entonces el cinematógrafo ya tenía casi cien años.

Pero uno de los grandes avances que ha tenido nuestro cine en los últimos quince años es la profesionalización de técnicos y directores, quienes tienen ahora la capacidad de elaborar productos cinematográficos de un nivel técnico que ya hace innecesarias las comparaciones con el cine de otras nacionalidades. Si bien se tardó mucho para llegar a esto, el caso es que actualmente esa buena factura no se debe ver como una cualidad sino como un requisito mínimo que debe cumplir cualquier película. Es por eso que hay que tener en cuenta que la cinta de Orlando Pardo llega cuando el cine colombiano atraviesa por uno de sus mejores momentos, tanto en el volumen de producción como en la calidad cinematográfica (aunque el primero sigue siendo muy bajo y la segunda no es en todos los filmes), y ésa es una razón adicional para ser más exigentes con el cine nacional, esto es, olvidarse de nivelar por lo bajo, pero sin dejar de reconocer cuánto mérito hay en una película. Porque Karmma efectivamente tiene sus méritos, sobre todo en su concepción de la puesta en escena, con la que consigue crear un universo que funciona visualmente, el cual está complementado por un correcto uso del lenguaje cinematográfico. Por eso es una película que evidencia que su director, aun siendo debutante, conoce y maneja los recursos del oficio, ahora sólo le falta, no sólo ser correcto en su uso, sino también creativo, además de preocuparse por asuntos más de fondo, como el guión y la verosimilitud del relato y sus personajes.

De manera que si en esta película se evidencian unos valores de producción, es un asunto del que se debería pasar de largo a la hora de hacer un juicio sobre ella, pues lo importante es qué se logró con el buen uso de los recursos técnicos, qué consiguieron decir y estéticamente qué propone. El problema es que en estos aspectos es una película que no consigue el mismo buen desempeño de su factura, pues se trata de un filme en el que se nota mucho su esfuerzo por ser aleccionador y tiene problemas de verosimilitud en su planteamiento dramático y argumental. Y es que no es suficiente con que un relato anuncie que está basado en hechos reales para que todo lo que cuente sea verosímil. Es necesario que tanto los personajes como las acciones tengan una motivación lógica, una solidez más allá de salidas argumentales gratuitas que faciliten las intenciones dramáticas y aleccionadoras de la historia. En este sentido, resulta difícil creer y aceptar en este filme cosas como que los secuestradores, después de todo el supuesto trabajo de seguimiento e investigación, no sepan que se trata del padre de su jefe; o también resulta demasiado forzado que justo el hijo encuentre en medio de la selva a su padre, se olvide del carro en que llegó y haga una penosa travesía con su padre a cuestas y convertido en una surte de Rambo; o que el padre luego de ser rescatado se escape nuevamente al monte; e incluso ese drama de la esposa por el secuestro para poco después verla felizmente engañando a su marido.

Incluso una de las fortalezas que tenía el filme, su reparto, constituido en su mayoría por buenos y veteranos actores, es malogrado por la falta de solidez en la construcción de los personajes, pues el relato no se toma su tiempo para darlos a conocer, sino que crea una historia y una sicología a partir de las palabras, no de las acciones y situaciones y su relación con los otros protagonistas. Y es que tanto las maleables motivaciones de sus personajes y sus inconsecuentes conductas como el argumento forzado e inverosímil, parecen estar en función de esa moraleja que se anuncia desde el mismo título y que está a lo largo de la historia, casi siempre expresada de forma manifiesta por la voz en off y por unos diálogos muchas veces melodramáticos y hasta cursis. De manera que ese “mensaje” moral que esta película tanto se afana por transmitir al espectador, se hace con discursos poco naturalistas y no con los recursos del cine, esto es, que el espectador a partir de una historia que le cuentan, el planteamiento ético de los personajes y las acciones consecuentes con su caracterización, identifique esas ideas, las cuales tendrán un verdadero impacto si el espectador las entiende por todo lo que vio en el filme, en lugar de que simplemente se las digan con tramas forzadas y un poco inverosímiles y con discursos pretenciosos y aleccionadores.

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