Las cenizas del campo

Oswaldo Osorio

En el cine colombiano del conflicto y la violencia casi no existen películas que hablen de estos temas por fuera de los actores armados. Esto a pesar de que, desde el punto de vista social y económico, el conflicto y la violencia pueden ser tan arbitrarios y devastadores como lo han sido la guerrilla, los paramilitares o la delincuencia. Esta película elabora un fresco de ese tipo de problemática social, y lo hace apelando a un relato íntimo y sugerente que propone su propia mirada, tanto visual como narrativamente.

El regreso de un viejo devela la situación de la familia que hace años dejó atrás. Una situación crítica, tanto en lo familiar como en lo socio-económico. Su hijo está enfermo y su nuera y su esposa trabajan en los campos de caña bajo difíciles condiciones contractuales. La película avanza lento en descubrir las motivaciones y la difícil situación de los protagonistas, mientras la familia se está desmoronando, al tiempo que los grandes sembrados de caña se comen el paisaje y ya no queda nada de lo que era antes.

Es un relato con un particular distanciamiento, tanto el que pueda tener el espectador hacia los personajes como entre ellos mismos. Si bien hay una suerte de cercanía y amor entre estos personajes, está planteada con una fría emotividad. Ese distanciamiento y esa suerte de frialdad le da un tono pesaroso y de pérdida que funciona muy bien con los dos conflictos que desarrolla este filme, tanto el de adentro de la casa como el de afuera de los sembrados de caña.

Ese conflicto de adentro no solo es por la grave enfermedad de quien es padre, hijo y esposo, que ya es suficiente dramático, sino que hay una consternación de más hondas raíces, que se incrustan en esa tierra que antes era de los campesinos, cuando el paisaje no estaba uniformado por la caña y luego sometido por esa ceniza que parece una plaga bíblica. Es un conflicto que trasciende la vida de un hombre y se remonta a lo que significa tener tierra y una casa para los campesinos.

De otro lado, también es una denuncia de las condiciones de trabajo en las haciendas de caña: arbitrarias, mal pagadas y sin derechos. Además de la forma como los nuevos dueños arrasaron las tierras de los campesinos, sin importarles ese paisaje y su tradición, sino la productividad. Este conflicto y su exposición son un poco más simples y obvios, pero no por eso es menos contundente y dramático.

Es una película visualmente cuidada, que sabe aprovechar la amplitud del paisaje, de esos grandes sembrados con planos amplios y bien compuestos. Solo se acerca para mirar los rostros maltratados por el trabajo o afligidos por las desventuras. Aunque en la casa hay otro paisaje visual, el de la pesadumbre de la muerte cercana, de la pérdida que se avecina y el mal vivir que resulta de su situación. Entre este paisaje interno y el otro externo se teje una historia de dolor y silenciosa violencia.

Publicado el 26 de julio de 2015 en el periódico El Colombiano de Medellín.

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