Del intento de sonrisa que termina en mueca

Por Oswaldo Osorio

 

Mientras una mujer se cepilla los dientes y se aplica crema en la cara frente al espejo, desde atrás la penetra un hombre. La rutina mañanera de la mujer y el diálogo entre ambos sobre temas domésticos, además de hacer del acto sexual un mero trámite mañanero, lo convierte en una acción casi grotesca. Esta descripción corresponde a la escena inicial de La gente de La Universal (Felipe Aljure, 1993), la primera película que da cuenta, de manera concreta, de un cambio de actitud del cine colombiano en la representación del amor y el erotismo, un cambio del que si bien ya se habían visto indicios en la década anterior, es a partir de este momento cuando, en la cinematografía nacional, se tuerce la senda para estos dos temas capitales del cine y el arte en general.

Al comienzo todo era inocente e idílico. Nuestro cine silente, realizado en la década del veinte, estaba definido por las historias de amor, pero un amor cándido e idealizado por el melodrama y el romanticismo de las novelas decimonónicas, como María (Jorge Isaacs) o Aura y las violetas (José María Vargas Villa). Naturalmente, era un cine sin contaminación erótica en absoluto, como correspondía para la época. Y no importa lo impolutas que fueran estas historias, casi todas eran protagonizadas por actrices italianas (que algo de pierna mostraban), porque el del cine era un oficio de dudosa reputación.

Saltando el desierto cinematográfico de los años treinta, la década siguiente, correspondiente a un retrasado inicio del cine sonoro (pues fue inventado en 1927), tuvo unas características similares: poco cine, muchos cándidos romances y nada de aquello. Así mismo, de un plumazo, se pueden despachar los dos decenios siguientes, el primero muy escaso de cine y en los sesenta nuestro cine está pensando, por primera vez en su historia,  en la realidad del país, una realidad que no daba cabida a las historias de amor, y aunque en Europa y luego en Hollywood ya se estaban entregando al “destape” producto de las revolución sexual, en Colombia todavía no estaban para esos calores.

El amor fue escaso como centro de los relatos en los setentas y tan solo algunos atisbos de escotes y carne, muy poco de esto tratado con el énfasis del erotismo. Habría que esperar a la década siguiente para que se contaran más historias de amor y se diera el verdadero destape en el cine nacional. Gustavo Nieto Roa, además de sus populares comedias, también contó algunos romances de cine. Ya había empezado con una nueva versión de Aura o las violetas (1974) y también dirige, entre otras, Tiempo apara amar (1981), con Claudia  de Colombia haciendo de una monja que se enamora y renuncia a su vocación.

El destape definitivo se dio con tres películas: Las cuatro edades del amor (1981), cinta compuesta por cuatro episodios, cada uno dando cuenta de la vida sexual del hombre en distintos momentos de su vida; La virgen y el fotógrafo (Luis Alfredo Sánchez, 1983), película que lanza a quien durante mucho tiempo sería el mayor símbolo sexual del país, Amparo Grisales; y Erotikón (Ramiro Meléndez, 1984), una producción que sin rodeos abordó el género, como lo evidencia su título y la sinopsis: “Seducción femenina, incesto y lesbianismo se conjugan en esta producción llena de erotismo y fantasías sexuales.” Hay una cuarta, La mansión de Araucaima (Carlos Mayolo, 1986), que corona este periodo inicial del erotismo colombiano en el cine, pero lo hace como ninguna de las anteriores, las cuales tienen una concepción burda y cliché del erotismo, en cambio la de Mayolo es una cinta inteligente, sugerente y provocadora hasta casi rayar con la perversión.

La gran historia de amor del cine nacional es Confesión a Laura (Jaime Osorio, 1990), un relato intimista y emotivo que es contado con madurez y sutileza. Y como ésta, es decir, películas que se concentren únicamente en la historia de amor, hay muy pocas, solo otros tres títulos en los últimos veinte años: Siniestro (Ernesto McCausland, 2001), El ángel del acordeón (María Camila Lizarazu, 2008) y Del amor y otros demonios (Hilda Hidalgo, 2010). No debe ser casualidad que sean tres historias de la costa Caribe, porque las demás regiones parecen tener distintas preocupaciones y  otras maneras de mirar el amor.

De hecho, casi todo el cine colombiano que tiene al amor como un componente importante de su historia, más que de amor, habla de desamor o de amores truncos. La lista es larga, pero hay unos romances frustrados ejemplares, como La boda del acordeonista (Pacho Bottía, 1986), Es mejor ser rico que pobre (Ricardo Coral-Dorado, 2000), La primera noche (Luis Alberto Restrepo, 2003) y dos películas que desde su misma frase promocional ya hacían doler el alma: Rosario tijeras (Emilio Maillé, 2005), con su “Amar es más difícil que matar”, y García (José Luis Rugeles, 2010) y su demoledora “¿Qué pasó? ¿Le rompí el corazón o qué?”.

Capítulo aparte merece el cine de Jorge Echeverri, ese talento secreto del cine nacional que con Así va (1981), Terminal (2001) y Malamor (2004) ha hecho de su intimista y poética obra un doloroso tratado del desamor, el fin de las relaciones y sus consecuencias. Y ya que se menciona a un director que tiene este tema como base de su obra, es necesario referirse a Harold Trompetero, realizador en el que se identifican claramente dos vocaciones, una vena comercial dedicada a las comedias (casi todas por encargo) y otra más con intenciones de autor: Diástole y sístole (2000), Violeta de mil colores (2005), Dios los junta y ellos se separan (2006) y Locos (2011), todas ellas películas que le apuestan al amor… a pesar de todo.

Con el erotismo sucede ese mismo efecto contrario que con el amor, esto es, que en el cine colombiano cuando no es que eventualmente se muestra el acto sexual de forma explícita e informativa, se impone más bien el anti erotismo, justo como la escena descrita de La gente de La Universal. Y es que en el cine nacional, así como dos de los imperativos que lo definen son la violencia y el dinero fácil, cuando quiere referirse a las relaciones de pareja hay una tendencia hacia el deseo y su satisfacción (en los que podría verse una correlación con la violencia y el dinero fácil). Eso lo vemos en películas como Carne de tu Carne (Carlos Mayolo, 1983), La Vírgen de los Sicarios (Barbet Schroeder, 2000), Entre sábanas (Gustavo Nieto Roa, 2008), El arriero (Guillermo Calle, 2009), entre tantas otras.

Mucha gente le reclama al cine colombiano que cuente más historias de amor, pero de acuerdo con este balance, parece que hay una incapacidad por parte de los cineastas para hacerlo. Y cuando lo intentan, en lugar de un poema les sale un gemido, ya en forma de desamor o de erotismo mal habido. 

Publicado en octubre de 2012 en el Periódico Universo Centro No. 38 de Medellín. 

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