La cotidianidad de jóvenes sin padre

Oswaldo Osorio

El crítico y académico Jorge Ruffinelli, a partir de su intenso conocimiento sobre el cine latinoamericano, afirmó alguna vez que el gran tema de este cine es la búsqueda del padre. En la corta pero interesante obra de Fernando Eimbcke esto se ha comprobado en línea con sus tres primeros largometrajes. Aunque el director mexicano presenta una ligera variación, la búsqueda la cambia por la ausencia, que bien puede ser mucho más desesperanzadora y dramática.

No obstante, sus películas no están marcadas por un tono adverso del relato o de sus personajes, al contrario, hay una suerte de desenfado y colorido emocional que hace de sus filmes experiencias entrañables y encantadoras. Aunque bueno, en Lake Tahoe (2008) no son tan plenas estas características, pues la ausencia de ese padre es por su muy reciente muerte, pero Eimbcke, que también escribe sus guiones, se las ingenia para poblar el duelo de su adolescente protagonista con una serie de personajes secundarios y situaciones que alivianan ese dolor y desesperación.    

En su ópera prima, Temporada de patos (2004), tres adolescentes y un repartidor de pizzas se la pasan tonteando y conversando todo un domingo en que no se encuentran los padres de Flama, quien es el que empieza a padecer esa ausencia, puesto que pronto se irá con su madre ante la inminente separación de sus progenitores. Mientras que en Club sándwich (2013), el padre ausente solo aparece en un par de líneas de ese largo diálogo de toda la película que sostienen madre e hijo en un balneario.

Tres jóvenes que, a su manera, lidian con esa ausencia, el uno por anticipado y, con la rabia de lo inevitable, se desquita con las porcelanas de la casa y con la pintura de unos patos; el otro, con su tristeza muda, deambula por el barrio buscando el repuesto que le repare el carro que acaba de chocar y esa parte de su vida que recién perdió; mientras el último, de forma tal vez más triste todavía, da por sentada su existencia sin la necesidad de una figura paterna, al menos mientras está en la edad de todavía ser amigo y cómplice de su madre, cosa que ya empieza a llegar a su fin.

Muy ligado a este tema tutelar del cine de Fernando Eimbcke, hay otro que es mucho más explícito en sus relatos, y también es lo que más llamativo lo ha hecho: el protagonismo de los jóvenes. Esta característica le permite ese desenfado y colorido mencionado atrás. Aunque Temporada de patos, a despecho de sus once premios Ariel y del beneplácito del público, tiene todas esas imperfecciones y excesos propios de las óperas primas, justamente impelido por este tema de la juventud: empezando por las situaciones forzadas (como la permanencia del repartidor de pizzas, artificio necesario para activar cosas en ellos en su calidad de semi adulto) o las gratuitas, para conseguir efectos de fácil humor y empatía (como el consumo de mariguana en una torta); así mismo, el inventario de situaciones y sentimientos que le obligaba la edad de sus protagonistas: la frustración frente a los padres, el primer beso, los instintos sexuales, etc.

En Lake Tahoe viene a sumársele a la desazón propia de la edad de su protagonista la angustia provocada por la muerte de su padre. Aun así, otro par de jóvenes se le cruzan en su camino y consigue confrontar dos pulsiones adolescentes: los lazos de amistad y el despertar sexual, los cuales en un lapso de solo un día consiguen aliviar, o al menos distraerlo, de ese hondo dolor que lo llevó a chocar el carro en la primera escena. El adolescente de Club Sándwich también vive su despertar sexual y, al final, queda en el umbral en que se empezará a desprender de su madre, lo cual justamente es el conflicto central de la película, un encantador e incómodo triángulo amoroso entre él, su madre y una joven que conoce en el balneario.

Hay un tercer componente importante que define la obra de este autor: su concepción de las historias, personajes y la puesta en escena, que siempre están signados por un fresco y cotidiano realismo. Parece más marcado en Temporada de patos, por el contexto doméstico en que se mueven todo el tiempo los protagonistas, pero lo cierto es que, salvo por la presencia de personajes comunes, es la realidad más forzada por artificios externos (la intromisión de la niña de la torta, la presencia del repartidor de pizza, los cortes eléctricos, etc.); mientras que en Lake Tahoe ese realismo se impone especialmente por cuenta del tempo de la narración. Unos planos largos y amplios muestran el deambular de este nuevo huérfano de padre, recalcando su soledad en los inmensos encuadres, la duración de los cortes y las desiertas calles. Club sándwich, por su parte, es el puro letargo del veraneo en un hotel desolado, y con unos protagonistas con la única misión de matar el tiempo haciendo casi nada.

En este realismo hay siempre unos guiños sutiles e inteligentes (reproducir una carátula de The Beattles, por ejemplo), una vocación por contemplar espacios o tareas cotidianas y una mirada cercana y sin afanes a las acciones de sus personajes. La (aparente) sencillez de esta puesta en escena, su espontaneidad y sutileza son virtudes presentes en estos tres largometrajes y en el corto La bienvenida, que hace parte de la película Revolución (varios autores, 2010), en el cual un hombre, que toca un trombón en una banda, con dificultad reparte su tiempo ensayando y en sus funciones como padre de familia.

Con estas cuatro piezas (porque sus cortometrajes previos son muy distintos y más bien olvidables), Fernando Eimbcke es actualmente uno de los directores mexicanos más talentosos, premiados y prometedores. La progresiva madurez de su obra es evidente y tal vez muchos están a la espera de que se salga de ese relativamente cómodo universo de la adolescencia para explorar personajes y temas de mayor densidad. Por lo pronto, como una “trilogía de la juventud sin padre” funciona precisa y espléndidamente, con su humor desenfadado, la solidez y frescura de sus personajes, el realismo de su puesta en escena y ese entrañable tono general que marca todos sus relatos.

 

Publicado en el segundo cuadernillo digital de la Revista Kinetoscopio en octubre de 2015. 

 

 

 

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