El nuevo espía que se hace viejo

Oswaldo Osorio

El cine de espionaje fue definido por la saga de James Bond durante la segunda mitad del siglo XX, redefinido por la de Jason Bourne a principios del siglo XXI y ajustado nuevamente por la combinación de ambas concepciones en las películas donde Daniel Craig interpreta al 007. Pero lo cierto es que la saga Bourne le dio otro aire, no solo al cine de espías sino el mismo cine de acción, y lo hizo por la vía menos esperada.

Esta vía fue apelar a unos recursos que estaban más cerca del cine independiente que del cine industrial y de género al que pertenece. Cuando se estrena Identidad Desconocida (Doug Liman, 2002), basada en las novelas de espionaje de Robert Ludlum, lo primero que sorprende es la naturaleza del protagonista: un hombre tremendamente habilidoso y letal como cualquier otro espía del cine, pero confundido sicológicamente y con una ambigüedad moral que lo atormenta contantemente. Tampoco cuenta con los sofisticados artilugios con los que Q suele apertrechar a Bond y su relación con las mujeres también es la opuesta a la del casanova británico. Esto se complementa con la presencia del actor Matt Damon, quien no figuraba entonces como el arquetipo que se tenía del espía internacional.

Pero el verdadero giro llega cuando toma la saga el director británico Paul Greengrass, primero en La supremacía Bourne (2004) y luego en Bourne Ultimatum (2007). En ellas aplica los recursos visuales y narrativos que tan notablemente usó en Boody Sunday (2002) y Vuelo 93 (2006): una cámara nerviosa y atenta a la acción, un registro y acabado visual más cercano al documental que al cine de consumo y un montaje trepidante y áspero que enfatizan la acción.

En su concepción como thriller de espionaje también hay una variación importante en relación con los referentes establecidos, y es que el conflicto ya no es un asunto de patriotismo o de servir al país eliminando a “los malos”, sino que Bourne mantiene una constante dinámica de huida y ataque en procura de que lo dejen tranquilo o de conocer su identidad (usar lo uno o lo otro es un comodín del que se valen sus argumentos). Así mimo, es una saga en la que el enemigo está adentro, pues siempre sus antagonistas son los funcionarios gubernamentales que están dispuestos a sacrificar las libertades y sobrepasar los límites éticos en nombre de la seguridad nacional.

Cuando Matt Damon supo que la siguiente entrega no la dirigiría Greengrass, se negó a participar en el proyecto. Por eso El legado Bourne (Tony Gilroy, 2012) más que un nuevo capítulo fue un spin off (relato derivado), lo cual hizo posible refrescar la propuesta con un nuevo protagonista y situación, aunque no con una dinámica diferente (buscar su identidad y huir de los malos del gobierno), una dinámica que se repite al regreso de Damon y Greengrass en Jason Bourne (2016), por lo que terminan ofreciendo más de lo mismo.

Consecuentemente, a pesar de haber sido una saga que llegó a renovar el cine de espías y que realmente supo combinar los elementos comerciales del cine de género con propuestas novedosas e inteligentes (llegando incluso a influir en los nuevos rumbos que han tomado las sagas de James Bond y de Misión Imposible), parece que ya está agotada la idea y el personaje, que no su estilo narrativo y visual, el cual se ha establecido ya como una tendencia en el cine de acción. Es decir, la saga de Jason Bourne ya dejó un legado, ahora hay que decidir si es hora de reinventarse o morir.

 

Publicado el 21 de agosto de 2016 en el periódico El Colombiano de Medellín. 

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