Un festival que se legitima

Oswaldo Osorio

Cada vez se disipan más los fantasmas de un pasado con insufribles problemas de organización y una irregular oferta cinematográfica. En el Festival Internacional de Cine de Cartagena ahora se respiran otros aires que le han devuelto el lustre que, ya no recordamos cuándo, seguramente alguna vez tuvo. Actualmente el evento es una verdadera fiesta de cine por todo lo alto, donde el problema es, como en los festivales importantes, no poseer el don de la ubicuidad para poder estar en todo.

Esta sensación es la que predomina entre la gente del cine, así lo corrobora el crítico Pedro Adrián Zuluaga: “En los últimos años, cada vez es más claro que Cartagena quiere, y lo está logrando, traicionar su propia historia. Se trata de una traición con clase. Como espectador del Festival en los últimos veinte años, sólo en las últimas versiones he sentido algo muy propio de la atmósfera de un festival: la sensación de vértigo. Este año en concreto sentí ese sentimiento de lo inabarcable frente al cine colombiano exhibido durante el Festival.”

La razón de ser del Festival, las películas, son el verdadero manjar del evento. La cantidad, variedad y calidad son los aderezos de este bufé de celuloide y video (porque ya el purismo de “solo cine” es inviable, cuando tantas películas se están haciendo en video y hay sistemas de proyección con los que casi ni se nota la diferencia). Empezando por el plato principal, la Competencia oficial de ficción, la cual en Cartagena ha logrado, como conjunto, un equilibrio producto de la heterogeneidad y la calidad del cine que se está realizando en Iberoamérica, así como la cuidada curaduría que hace el evento. En relación con esto afirma el escritor César Alzate, un fiel asistente al certamen: “Puede no haber sido el mejor festival por su programación, pero ello no es culpa de la organización sino del año cinematográfico en Iberoamérica. Al contrario de lo que venía ocurriendo hasta hace unos tres años, se nota que los directores y productores de la región desean otra vez estar en Cartagena, que una India Catalina vuelve a ser un objeto deseable para el palmarés de cualquier película.” 

Un jurado de altura, compuesto por Claire Dennis, Hector Babenco y Dennis Lim, le otorgó la India Catalina como mejor película a El estudiante (2011), de Santiago Mitre, una cinta fresca y reveladora, la cual habla sobre los movimientos estudiantiles al interior de las universidades públicas en Argentina, pero sabe adentrarse en las profundidades y matices de un universo no exento de oportunismos, mezquindad y corrupción. Una lección de buenas actuaciones (su protagonista, Esteban Lamothe, también se llevó la estatuilla para el mejor actor) y de puesta en escena efectiva y contundente, sin olvidar las connotaciones ideológicas del tema.

Entre las otras doce cintas de esta sección aún prevalece la tendencia, que se ha podido identificar en los últimos años, de un cine que apela al realismo y las historias de la cotidianidad. Un discurso cinematográfico que se empieza a hacer sentir en propiedad desde la aparición del Nuevo Cine Argentino y que ahora está muy presente, con magníficos resultados, principalmente en los países del cono sur. Las Acacias (Pablo Giorgelli, 2011), El año del tigre (Sebastián Lelio, 2011), Un mundo secreto (Gabriel Mariño, 2012), Iceberg (2011) y hasta el mismo Porfirio (Alejandro Landes, 2011), ilustran perfectamente ese otro tempo que propone este tipo de narración, así como los personajes ordinarios que protagonizan, generalmente, historias ordinarias. 

De esta muestra también quisiera destacar Historias que solo existen cuando se recuerdan (Julia Murat, 2011) y La voz dormida (Benito Zambrano, 2011). La primera, una sugerente y poética historia brasileña sobre una joven que llega a un pueblo donde al parecer la muerte ha sido desterrada, un filme en el que la luz, la rutina y la sabiduría de los viejos son protagonistas; la segunda, es una cinta donde el siempre talentoso Zambrano visita por enésima vez en el cine español el tópico de su guerra civil, pero realmente sabe hacer la diferencia con un relato tremendamente emotivo y dirigido con pulso firme, que no está exento, hay que admitirlo, de efectismos y golpes bajos, pero que funcionan y le arrugaron el corazón a toda la sala.

El mejor cine del mundo

“Abrumador, en la mejor y más amable de sus acepciones, sería una justa manera de calificar lo sucedido en Cartagena, luego de tantos años caracterizado como un ‘evento curioso y sin utilidad’(1). El festival de ahora mueve y se mueve en todo lo que concierne a la actividad cinematográfica: negocios, encuentros, reflexión, promoción, vida social y, lo que a la final importa, películas.” Estas palabras del crítico e investigador Diego Rojas dan pie al rápido pero necesario inventario de toda la oferta de lo que es ya, al menos para los estándares nacionales, un monumental festival.

Las muestras complementarias son lo más abrumador de todo. Solo con el cine colombiano tendríamos para copar casi toda la agenda de los días festivaleros, pero de eso ya hablaré más adelante. Por lo pronto, se destacan dos secciones de lujo: las Gemas y las Conchas de Oro de los últimos diez años. En la primera, que es una de las grandes ideas del “nuevo” festival, se pudieron ver obras capitales del momento como El caballo de Turín (Bela Tarr, 2011), Una separación (Asghar Farhadi, 2011), El niño de la bicicleta (Jean-Pierre y Luc Dardenne, 2011), Miss bala (Gerardo naranjo, 2012) y Pina (Win Wenders, 2011), entre otras cintas que, desde ya, hay la certeza de que son títulos que van a trascender el tiempo, y no solo por los importantes premios que han recibido. Mientras que el listado de películas que recibieron el máximo galardón del Festival de Cine de San Sebastían no es de menor categoría: Los lunes al sol (Fernando León de Aranoa, 2002), Media luna (Bahman Ghobadi, 2006), Mil años de oración (Wayne Wang, 2007), Neds (Peter Mullan, 2010), por solo mencionar algunas. Estas son dos secciones que representan, literalmente, lo mejor del cine mundial, servidos en el festival como manjares, uno tras otro.

Dos invitadas de suma categoría también perfumaron con su estatus al Festival. Su presencia fue complementada con muestras de sus películas: la directora francesa Claire Dennis y la diva Isabella Rossellini, de quien se pudo ver, además de algunas emblemáticas películas en las que actuó, como Terciopelo azul (David Lynch, 1986) o La canción más triste del mundo (Guy Maddin, 2003), sus ingeniosos y divertidos trabajos como directora: Green porno seduce me (2010) y Animals distract me (2011).

Además, estaba la Competencia oficial documental, que quienes nos concentramos en la ficción lamentablemente nos perdemos, a pesar de que los comentarios sobre esta muestra parece ganarle en superlativos a la muestra de ficción; así mismo, está la siempre atractiva Competencia de cortometrajes y la sección Nuevos creadores, aunque es una lástima que a esta última le hayan reducido las estatuillas y pongan a competir desigualmente a todas las categorías por una sola India catalina. Por último, el público del festival, sobre todo el de la ciudad, también pudo ver Cine bajo las estrellas, que son esas proyecciones al aire libre de las que ya casi ningún evento quiere prescindir, siempre y cuando el clima sea propicio, como sabemos ocurre en este caso. Este programa es complementado por otro aún más ambicioso llamado Cine en los barrios, una programación en más de un centenar de lugares que no se limita a la proyección de películas sino también a distintas actividades y talleres con la comunidad. Estas iniciativas, aunque pasan casi desapercibidas, sin duda van encaminadas, por vía de la formación de públicos, a asegurar el futuro del festival.

Por otra parte, además del aplastante número de películas, hay una intensa agenda académica que comprende, para empezar, los ya tradicionales encuentros: el Taller de Producción Documental, el VII encuentro Internacional de Productores, la V Videoteca del Cine Colombiano, el Taller de Gestión de Muestras y Festivales de Cine y el VI Taller de Crítica Cinematográfica. Así mismo, cada vez toma más fuerza, convirtiéndose en una de las actividades más apetecidas por el público, los Master class, que este año tuvieron como ponentes a Roland Joffé, Laura Michalchyshyn, Robert McKee y Álex de la Iglesia. Adicionalmente, está todo ese grueso de conversatorios y ruedas de prensa con los realizadores invitados que han llevado sus películas al festival. Andrés Montoya, invitado por Nuevos Creadores, se refiere a este aspecto: “Lo más interesante e enriquecedor del festival, es poder compartir con los realizadores su proceso de trabajo, las charlas con el público y la interacción sobre temas detallados de las películas, ya que se hace vital para plantearse métodos, estrategias y esquemas de producción, esta parte es fundamental, y es quizás lo más valioso de un festival, la retroalimentación sobre las ideas y la crítica que se genera de la misma.”

Colombia a más del 100%

Cartagena es el escenario soñado para todo director colombiano estrenar su película. Los mejores momentos que ahora vive nuestro cine se reflejan primero en este evento y los asistentes podemos tener una visión más inmediata y de conjunto, como lo confirman las palabras de Pedro Adrían Zuluaga de acuerdo con lo visto este año: “Se vislumbra una certeza -difícil de pronunciar porque puede ser malinterpretada o usada como eslogan- de que por primera vez en la accidentada tradición del cine colombiano hay variedad, posiciones claras en distintas orillas y un camino que difícilmente tendrá vuelta atrás. El salto que se nota es el de una generación que ya no está dispuesta a agotarse en las luchas intestinas, una intención de mirar más allá del propio ombligo. Y Cartagena sin duda es ahora un cómplice ideal de esa renovación.”

La variedad empieza con las tres películas nacionales más comentadas del festival: Chocó (Jhonny Hendrix Hinestroza, 2012), Porfirio y Sofía y el terco (Andrés Burgos, 2012). Con la primera se inauguró el festival y fue un filme que gustó a casi todos por ser un relato simple y pero contundente sobre la marginalidad, la de una región y de la condición femenina; en cuanto a Porfirio,fue muy visible por la presencia del hombre/personaje que la originó, así como la anécdota de la que partió, pero se confirmó que es una película más para la crítica y la cinefilia, por las razones descritas antes; mientras que Sofía y el terco, que se llevó el premio del jurado de esta sección, resultó una original y divertida cinta que conectó igualmente con el público más amplio y con la cinefilia.

Fueron trece las películas que componían el apartado nacional. Además de las mencionadas, entre ellas destacan Jardín de amapolas (Juan Carlos Melo Guevara, 2012), una cinta al mismo tiempo bella y perturbadora sobre la forma como la violencia del país afecta el universo campesino; El gran Sadini (Gonzalo Mejía, 2012), una sencilla y entrañable road movie que nos trasporta al espíritu ingenuo y aventurero de la adolescencia; Pescador (Sebastían Cordero, 2011), la co producción con Ecuador que usa una singular historia sobre el narcotráfico como excusa para acompañar a un hombre en la búsqueda de su identidad y su futuro; 180 segundos (Alexander Giraldo, 2012), un bien armado thriller a la colombiana;  Nacer: Diario de maternidad (Jorge Caballero, 2011), un riguroso e inolvidable documental sobre el tema que anuncia su título.

Para terminar, habría que resaltar los problemas, que son solo dos pero que causan mucho malestar, al punto de hacer olvidar todo lo bueno que se ha logrado. Y es que si todo tiene la altura y calidad que se ha comentado, es fatal que cuando llegue la hora de las proyecciones se arruine la experiencia de ver una película. El primero, es un problema que viene de siempre: aún las fallas técnicas son demasiado frecuentes como para pasarlas por alto. Películas que empiezan o terminan sin audio, rollos trocados, desenfoques o formatos equivocados. Se hace imperativo un doliente del festival en cada sala que conozca estos aspectos, sobre todo en las salas de Cine Colombia. El segundo problema tiene que ver con una idea muy loable por parte de la organización, y es abrir las puertas de todas las funciones al público para que entre gratis. En esta gratuidad se restringe el ingreso del público cinéfilo e incluso la tranquilidad del acto espectatorial. Las salas se llenaban desde muy temprano, muchas veces para vaciarse a la media hora, cuando ese público de lo gratis se comía las crispetas y se aburría de la película. O los colegios llenaban el auditorio principal para ver una película que no era apropiada para ellos, entonces la proyección terminaba siendo inapropiada para todos. 

Solo faltaría afinar esos importantes detalles, porque ya lo más difícil se ha venido haciendo, por eso, como dice el profesor y crítico de cine Juan Carlos Romero “hoy el festival bulle, es efervescente, circula mucha gente con muchos intereses disímiles y es justo en ese ir y venir que el festival se legitima, es en esos ritmos frenéticos que se concretan el amor al cine y solo un festival de Colombia es capaz de propiciar esto.”

(1) A. Caicedo, L. Ospina. “XIV Festival de Cine de Cartagena de Indias: un toque de distinción”, Ojo al cine, #2, Cali, 1975.

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