Ciudadanas de segunda

Por Oswaldo Osorio

La mujer en la cultura islámica es una ciudadana de segunda. Esa tesis ya se conocía bien con películas como El círculo, Kandahar, Caramel o La manzana. Pero no por eso esta cinta resulta menos reveladora y contundente al respecto, pues aunque todas las historias estén contadas y todas las tesis hayan sido planteadas, una nueva película sobre lo mismo puede llegar a tener igual o mayor fuerza que la primera, como sucede en este caso.

Todo el relato está evidentemente en función de la denuncia al maltrato y marginación de las mujeres en el contexto islámico, aún cuando estén en occidente. Las férreas reglas de sumisión ante los hombres y los castigos físicos y sociales son iguales en Turquía o en una ciudad europea. Por eso la joven Umay, junto con su hijo, se viven yendo, porque ni con las leyes de protección occidentales ni al amparo del amor familiar están a salvo.

Un atávico asunto de honor es la razón para descargar implacables repudios por conductas que son consideradas naturales en occidente. El absurdo “qué dirán” es el castigo al que toda una comunidad teme, porque nunca se habla aquí de moral religiosa. Se debe suponer que de ahí viene todo ese condicionamiento a la mujer y la configuración de la moral social, pero nadie aquí golpea o desprecia en el nombre de Alá, porque es a la deshonra, basada en un primitivo código de los hombres, a lo que se le tiene miedo.

Pero se podría pensar ¿Quiénes somos nosotros o esta directora austriaca para juzgar la moral de una de las culturas más sabias y milenarias de la humanidad? Eso sería considerar que hay una superioridad moral de nuestra cultura sobre aquella. El problema es cuando, luego, vemos que los motivos del repudio social pueden ser pasados por alto después de “lavar” el deshonor con una transacción monetaria.

Como ya se dijo, muchas otras (y hasta mejores) películas hacen esta denuncia. Pero lo que hay que destacar en esta es que no se limita a poner en entredicho el proceder de una comunidad según sus leyes morales, sino que va más allá y ubica su lupa sobre entidades morales más pequeñas e importantes, como la familia y las personas mismas. Porque Umay no quiere huir de su comunidad, sino que desea que su familia la acepte a pesar de aquella.

De manera que el propósito de la protagonista, más que hacer una lucha de liberación (con lo cual solo bastaría alejarse de ese entorno social), es buscar que sea aceptada con su manera de pensar, y más aún, insiste decididamente en que, al menos su familia, cambie esa mentalidad que los obliga a tornar el amor en odio.

Hasta aquí todo muy bien en esta película. El problema es cuando nos detenemos en la construcción de su historia, la cual, si bien durante casi todo el metraje sostiene una lograda tensión dramática, tiene un par de trucos burdos como si se tratara de un masticado thriller: Empezar con la última escena y el impactante giro del final, fueron recursos como sacados de otra película, porque el tono cuestionador y de fuertes argumentos dramáticos de esta historia, no necesitaban nada de eso. Es algo que en la visión general del filme se puede pasar por alto, pero no deja de ser molesto.

Publicado el 20 de noviembre de 2011 en el periódico El Colombiano de Medellín. 

TRÁILER

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