Del humanismo que se resiste a la sinrazón

Por Oswaldo Osorio

Se puede hacer una película sobre religión pero sin hacer proselitismo sobre una en particular, se puede hablar de terroristas musulmanes pero sin satanizar al islam. También se puede contar una historia sobre lo peor y lo mejor de los hombres sin sucumbir a tratamientos maniqueos. Esta cinta da cuenta de ese poder del cine, hablando con lucidez en su visión de la naturaleza humana y de manera sosegada con su narración y sus imágenes.

El Gran Premio del Jurado en el Festival de Cannes en 2010 fue para esta cinta francesa, la cual está basada en hechos reales ocurridos a un grupo de monjes cistercienses del Monasterio del Atlas, en Argelia, a mediados de la década del noventa. El relato retoma el periodo en que este enclave religioso, en medio de una comunidad musulmana, es presionado por la violencia de extremistas y hasta de los militares corruptos.

Pero estas circunstancias no son aprovechadas por su director para hablar de política o para comparar el islamismo con el catolicismo. La película va más allá, porque se concentra en lo esencial del conflicto, esto es, la naturaleza humana, las pruebas de la fe, la fuerza de las convicciones y la posición de cada uno de los protagonistas ante esta situación extrema y ante la sinrazón y arbitrariedad de la violencia.

Y es que los difíciles momentos que viven estos ocho hombres los somete a dilemas que van más allá de su fe. Porque preservar la propia vida puede ser más importante que la misión que llevan a cabo en aquella comunidad. Pero al mismo tiempo, para qué la vida y el compromiso que hicieron con su fe si no se puede defender las convicciones, si se permite que los atropellos de la fuerza se impongan como la única lógica que domina la sociedad.

Con este imperativo dilema de fondo, cuya solución pasa por disquisiciones terrenales y religiosas, esta película reconstruye la vida cotidiana en este monasterio, así como la personalidad de cada uno de los monjes. Pero a pesar de la inminente amenaza, el director no se decide por un relato en clave de suspenso, donde se impondría la acción, sino que opta por una mirada contemplativa, a esa vida y a esos hombres, deteniéndose en la reflexión que hacen sobre los serios asuntos que los cuestiona.

De manera que en el relato y la concepción visual se impone un tono de calma y sosiego que propicia tal reflexión. Esa narración contenida, llena de momentos cotidianos y de silencios, logra transmitir la espiritualidad y sabiduría de estos monjes, en especial del abad y el médico. Así mismo, el manejo de la luz juega un importante papel en la creación de unas atmósferas que refuerzan el misticismo de aquel lugar y sus moradores.

Sostenida en gran medida por la convincente interpretación de sus actores, esta película es un alegato contra la intolerancia y la sinrazón de los hombres, sin echar discursos ni con filiaciones ideológicas. Su única ideología es el humanismo y la razón asistida por la fe. Por eso es una película que habla con calma y claridad, como lo haría un hombre sabio.

Publicado el 25 de septiembre de 2011 en el periódico El Colombiano de Medellín.

  

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