Para los que crecieron con el niño mago

Por Oswaldo Osorio

Harry Potter es una saga generacional, es decir, la gran base de sus seguidores está compuesta por aquellos que, años más o años menos, tenían la edad del héroe y crecieron con él. Por eso cada película era un acontecimiento de vida para muchos (quienes, además, coincidían con el público que más va al cine), lo que conlleva a que la defiendan con apasionamiento, como el amor de sangre.

Para quienes estábamos ya muy por fuera de esa empatía generacional, fue inevitable mirar con recelo la que es ya la saga más exitosa de la historia del cine. Un éxito que se debe a ese público al que iba dirigida, a la cantidad de entregas (8) y, más importante todavía, a que coincidió (y supo explotar) con la revolución de la imagen digital, esa que hizo posible, como nunca antes en el cine, crear las más fantásticas criaturas y universos con total realismo y verosimilitud. 

Es decir, la llamada “magia del cine” se vio potenciada con esta saga por doble partida: en su tema y en las nuevas posibilidades tecnológicas. Sin embargo, para quienes no pertenecíamos a la Generación Potter, ni el tema ni su tratamiento eran tan novedosos y la misma tecnología se estaba aplicando a otras películas más complejas y audaces en esos mismos aspectos.

Así que se trata de una serie de películas “diseñadas” primero para niños, luego para adolescentes y después para jóvenes, con unas cualidades que no van más allá de sus altos valores de producción y de entretenimiento, pero que no resistirían una rigurosa disección en aspectos como contenido, narración, construcción de personajes o solidez argumental. Dijo Joseph L. Mankiewicz sobre E.T, de Spielberg: Es una película encantadora, pero tiene el coeficiente intelectual de la perra Lassie. Algo parecido se puede decir de esta saga.

No obstante, en esta última entrega algo de eso cambió. Era apenas obvio que su desenlace, tan largamente preparado y esperado, tuviera la intensidad que le faltó a todo ese metraje que fuera alargado para exprimirle todo el jugo a la pottermanía. Solo habría que repasar las dos anteriores entregas: El misterio del príncipe estuvo casi toda en función de los torpes amores adolescentes y Las reliquias de la muerte I fue una larguísima antesala para el clímax y la batalla final.

Y efectivamente, esta segunda parte es un clímax (punto de mayor intensidad dramática de un relato) de dos horas. Siendo así, era natural que todo en la historia y su narración se potenciara: los miedos, los peligros, los amores, las confrontaciones, las pérdidas y las victorias. Es como si las ocho películas fueran una sola y esta última los quince minutos finales, que es cuando se soluciona el conflicto, se atan los cabos sueltos y (en este caso) le buscan pareja a todo el mundo.

Harry Potter es importante porque representa y celebra mucho de lo significativo que tiene el cine: magia, fantasía, ilusión, entrañables relatos, espectáculo, tecnología al servicio de las emociones y, por supuesto, grandes ganancias. Que este capítulo final será un verdadero éxtasis para los fanáticos, de eso no hay duda, y para quienes no hacemos parte del entusiasmo, de todas formas un final es un final y logra ser efectivo y entretenida.

Publicado el 24 de julio de 2011 en el periódico El Colombiano de Medellín.

 

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