Dios está muerto, nada es pecado

Por Oswaldo Osorio

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El nombre de esta película es el nombre de una muchacha, su protagonista, quien vive en un pueblito perdido en los Andes, atrasado, ignorante y supersticioso, como tantos hay en Latinoamérica, poblados de gente con nombres como Madeinusa, Usnavy, Usmail o Gualdisney. La misma lógica que tienen estos nombres funciona para esa comunidad, esto es, una visión del mundo pobre y errática, donde los valores son regidos por principios que han sido sacados y acomodados con mala ortografía de alguna parte, en este caso de la tradición cristiana y los dogmas católicos.

Ver una película peruana en nuestra cartelera es un exotismo. Una lamentable situación que parece insoluble y que absurdamente nos condena a desconocer el cine más cercano a nosotros, el latinoamericano. Y esta película, precisamente, nos transporta a un universo muy familiar en muchos sentidos, aunque allí imperan unas reglas insólitas, en especial en la Semana Santa, cuando durante esos días de la muerte de Cristo, está permitido hacer cualquier cosa, porque Dios no puede ver. Sobre esta tesis la película da cuenta de una comunidad y los cuestionamientos que siempre han estado presentes en relación con la (doble) moral católica.

Y es que esta forma en que asumen la religión las personas de este pueblo es llevada casi al nivel de superchería. Confirmando la tradición histórica de cometer atropellos en nombre de una mala lectura de los dogmas. Además, toda esta situación está cruzada por el principio universal de concebir las fiestas como una necesidad de desfogue, una catarsis de liberación que les permite sobrellevar el resto deaño que están bajo las normas ordinarias.

Madeinusa está en medio de esta superchería católica, de esa fe ciega que desfigura las creencias. Por eso su ignorancia se nos presenta como una suerte de ingenuidad, por lo cual es difícil no sentir por ella cierta simpatía, que también se mezcla con la lástima. Su pureza en realidad es pobreza de espíritu. Pero tampoco es una muchacha como todas las de su comunidad, pues hay algo en ella que la hace reaccionar cuando llega el elemento desestabilizador a esta historia.

Porque todo relato que, como éste, plantea un universo singular, siempre apela al recurso de introducir en ese sistema cerrado un elemento externo, el cual provocará distintas reacciones y de esa forma se podrá decir mucho más sobre dicho universo y sus habitantes. Es así como a este pueblito llega un geólogo de la capital, que no podía tener otro nombre sino el de Salvador. A través de él vemos ese extraño mundo y por intermedio de él tal vez sea posible salvar a Madeinusa de que su padre, el alcalde, en esos días sin ley termine con la virginidad de quien fue elegida como la reina virgen del pueblo.

No se trata de una película donde domine un intrincado argumento o unas interpretaciones o personajes de gran fuerza, ni siquiera se afana en hacer reflexiones demasiado profundas sobre su tema, ni siquiera pretende juzgar nada. Estamos más bien ante una película discreta, en el mejor sentido de la palabra, un filme que pone su énfasis en una puesta en escena capaz de transportarnos a ese microuniverso andino de ilógicas leyes, un filme que consigue construir unas atmósferas a fuerza de contención y de sugerirnos cómo funciona la mentalidad de estas personas.

Además, es una película con una mirada atenta a esa realidad que construye y que está complementada por una suerte de cuidado y delicadeza visual. También es un filme que tiene un registro fotográfico que no le teme al esteticismo, pero sin descuidar su principal interés, que es la creación de un ambiente. El caso es que se trata de una obra inteligente y sugestiva, con un tema que parece un poco bizarro, pero que en últimas está hablando de asuntos que están muy arraigados en la mentalidad y la cultura latinoamericana.

Publicado el 22 de Noviembre de 2007 en el periódico El Mundo de Medellín.

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