No es sólo sexo y nada más

Por Oswaldo Osorio

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Dice Woody Allen que el sexo alivia las tensiones y que el amor las causa. En este filme resulta tan evidente y hasta extrema la presencia del sexo, que podría parecer un producto con la única intención de transgredir y provocar, incluso de ser pornográfico. Pero detrás de todas esas perversiones, fijaciones y complejos inconfesados o confesos, hay una historia que quiere ser romántica y hasta tierna, que incluso coquetea con la fábula por su final a prueba de pesimistas.

Todos los personajes de esta película coral se la pasan fornicando o pensando en hacerlo, aunque hay que aclarar que fornicar es sólo la más básica de todas las posibilidades que ellos tienen en cuenta a la hora de tener sexo. Pero así como reza la frase de Allen, el sexo sólo es la consecuencia de una permanente búsqueda en la que todos están a causa de su insatisfacción, cuando no frustración, en principio a causa del amor, pero también por otras cosas, desde el disgusto con el nombre de pila hasta la desazón con la existencia misma.

La pareja de homosexuales que deciden incluir a un tercero y que a su vez son espiados permanentemente por otro, la sexóloga de origen oriental que nunca ha podido tener un orgasmo, o la dominatriz que no ve posible enamorarse, todos estos personajes padecen una suerte de angustia y muda desesperación producto de unas preocupaciones que van mucho más allá del sexo. Sin embargo, es en el sexo donde empiezan la búsqueda de una solución y por eso confluyen en Shortbus, una especie de antro artístico, musical y sexual donde se verán confrontados entre sí y a partir de todas esas experiencias que presencian o que experimentan allí.

El contexto es una ciudad de Nueva York amenazada por apagones, tan poblada de gente como llena de anónimas soledades, dispuesta a albergar y encubrir las mayores extravagancias afectivas y sexuales, que pueden ir de lo sublime a lo decadente, de lo tierno a lo sucio. Los personajes se entrecruzan en esta ciudad y en aquel antro, donde intercambian experiencias e incertidumbres, sobre todo incertidumbres: por la vida, por el amor o por la seguridad de que es posible recibir y dar lo deseado. 

Se trata de una película que puede parecer provocadora por lo explícito de sus imágenes y de los actos sexuales que presenta, pero más que un afán de escandalizar con lo evidente, pretende hablar claramente, llamar las cosas por su nombre y mostrarlas como son. Esta suerte de honestidad se demuestra cuando su puesta en escena y elaboración de los diálogos tienen un fuerte componente de realismo, en la medida en que muchos de los personajes en buena medida se estaban interpretando a sí mismos y contribuyeron en la construcción de sus diálogos y personajes.

Pero este realismo, por momentos casi documental, encuentra su contraparte en el humor y en una mirada a estas vidas, sus dramas y estados de ánimo, a veces poética y otras romántica y hasta ternurista. Porque son distintos tonos a los que recurre Mitchell en su relato, pues tan hilarante (e irreverente) resulta ese ménage a trois homosexual mientras cantan el himno nacional, como conmovedor los cinco minutos que James y Severin se encierran en un closet.

Sin duda es una película que puede ser polémica, no tanto por el tema que trata, que en últimas son las problemáticas afectivas y emocionales del hombre moderno, sino que puede ser polémica, y hasta repulsiva para algunos, por la vía que elige para abordarlo, esto es, el sexo explícito tanto visual como verbalmente. Si se deja la moralina de lado, este filme entonces puede ser una experiencia tremendamente divertida, pero también emotiva y reflexiva.

Publicado el 19 de Octubre de 2007 en el periódico El Mundo de Medellín.

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