Los abismos del adicto

Por Oswaldo Osorio Image

Todo el mundo tiene un sueño y trata de alcanzarlo valiéndose de lo que tiene. Pero si lo que tiene es una adicción, como los personajes de esta película, no hay escapatoria, ni para ellos ni para su sueño. A lo sumo logran realizarlo en medio de su delirio y cuesta abajo hacia el abismo.

El tema de este filme no es nada alentador, y menos la manera de tratarlo. Por eso resulta inevitable pensar en Trainspotting (1996), por la forma tan directa e impactante con que nos habla y nos muestra el mundo de la droga y de los adictos. Pero la diferencia está en que Trainspotting asume el tema con la irreverencia de un joven rebelde a quien no le importa ser apologético; Réquiem por un sueño, en cambio, lo hace con la gravedad acusadora del adulto que prefiere ser enfático en sus recriminaciones.

Tres jóvenes y la madre de uno de ellos tienen problemas de adicción: a la heroína, a las anfetaminas, incluso a la televisión. Y adicción significa que, además del vicio, está el deseo inconsecuente y desmedido de sucumbir ante él. Éste es el planteamiento del filme. Su desarrollo es el viaje sin regreso de todos ellos hacia el abismo, la soledad como causa y también consecuencia de su adicción, la desesperación y la descomposición física y emocional. El desenlace es el fondo, donde ya todo está perdido, sobre todo la posibilidad de alcanzar el sueño.

No hay ambigüedad alguna en los planteamientos e intenciones de Aronofsky y su guionista Hubert Selby Jr. (autor de la novela en que se basa), porque la contundencia de la historia no lo permite, aunque esto implica también de cierta forma limitación y simpleza. Por eso la riqueza y originalidad de su concepción visual aparentemente se impone como la principal virtud de todo el filme.

Sus imágenes son impactantes por su gran fuerza y belleza, además evidencian una sensibilidad estética a la que no le asusta tomar riesgos, así como un sólido conocimiento del lenguaje del cine. La expresividad y el ingenio con que concibe el punto de vista subjetivo (sueños, delirios y alucinaciones) y, sobre todo, el montaje, es la prueba de que estamos ante uno de esos directores que nunca permitirán que el cine se haga viejo y predecible.

Por todo esto, para quien busque una definición de cine independiente puede empezar por verse esta historia desoladora y de autodestrucción, con su par de ideas simples pero irrebatibles y el espíritu inquieto y renovador de sus imágenes.

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