Porque el desamor conmueve

Oswaldo Osorio

Desde Abelardo y Eloísa, pasando por Romeo y Julieta, hasta llegar a Titanic, las historias de desamor siempre han vendido, pues resultan tan fascinantes y entrañables como las de amor. Tal vez sea ese masoquismo agazapado que tantos llevan dentro o la idealización romántica de los sinos trágicos, quién sabe. El caso es que de Polonia llega esta otra historia de desamor, acompañada del nombre de un director que ya cuenta con algún prestigio, melancolizada aún más con una bella banda sonora y con el tufillo “indi” que le da el ser de época, cuadrada en su formato y con un acabado en blanco y negro.

El contexto histórico es la posguerra, cuando Polonia queda del lado socialista y en poco se le vendrán todas las opresiones del régimen, la propaganda y la guerra fría. Un director musical y una joven cantante se conocen en estas circunstancias y comienza para ellos una dolorosa dinámica de idas y venidas en su apasionado amor. La política que se interpone en el amor y el amor que se resiste contra la inclemencia de la política, es una historia harto conocida y persistente en el cine.

Y cuando estos dos grandes temas se combinan en un relato, uno suele ser más interesante o más sólido que el otro. En esta película hay una combinación en las calidades de esas variables, pues el contexto político resulta más sólido en su construcción pero menos atractivo porque no dice nada nuevo o diferente, mientras que la historia de amor se presenta en su lógica y narrativa más endeble e inconsistente pero indudablemente más apasionante, es lo que roba el corazón del público, aunque no muy limpiamente. 

La opresión y represión de la Cortina de hierro, con su privación de libertades y la aplanadora de la propaganda del régimen que transforma la cultura y el arte sin importar la tradición y las raíces. Ese es un panorama y una estructura que están definidos con claridad en el relato y que se adueña del tono y la atmósfera de esta historia. El sistema se impone a las individualidades, y más aún a los sentimientos y las emociones. Por eso, en este contexto, no podía ser otro el destino de la pareja sino ser protagonistas de un cuento de desamor.

El problema es que este amor parece demasiado calculado por su guionista y director para que no funcione, pues las lágrimas y la melancolía pueden ser más poderosas que el romance sin obstáculos. El relato impone desencuentros que no necesariamente están en la lógica de la trama y atraviesa absurdas decisiones de la pareja que no son consecuentes con ese supuesto gran amor que se tienen, y que si acaso se explicarían bajo la idea del amour fou.

De manera que resulta contradictoria la forma como se puede asumir esta relación, pues de un lado, está la historia de amor apasionado que realiza su emotiva travesía hacia las tristezas del desamor, con toda la belleza de ella, la melancolía de él y las melodías del jazz y el blues como perfecta banda sonora para su agridulce enamoramiento. De otro lado, están los forzados y gratuitos giros en la trama y en el comportamiento de la pareja para que se pueda dar esa historia que parece esforzarse demasiado en vernos salir tristes y conmovidos de la sala de cine.

Publicado el 24 de febrero de 2019 en el periódico El Colombiano de Medellín.

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