Un buen nadador

Oswaldo Osorio

Hay un tipo de personas en la vida que no tienen nada y son expertos en ninguna cosa, pero aun así, solo armados de labia y habilidad para las relaciones personales, consiguen lo que sea, o al menos creen hacerlo. Esta es la historia de un hombre así, un ser patético y fascinante al mismo tiempo, que lleva al espectador hacía distintos y contradictorios tipos de sensaciones y emociones.

El hombre es Norman Oppenheimer y el contexto en que se mueve es el Nueva York de los grandes negocios de la comunidad judía. Norman es un hombre ahogándose haciendo señas  en el vasto mar, así lo describe su sobrino ante los imposibles planes que aquél hace para entrar al círculo íntimo de los poderosos. La metáfora es clara y angustiante, como en principio parece ser la vida de Norman, pero justo lo más estimulante de este relato es cómo se va develando su participación en una maraña de relaciones e intenciones ocultas, todo en función de unos intereses económicos.

Incluso Norman es el más misterioso y enmarañado de todos. Su insondabilidad es uno de los atractivos de este personaje, y por extensión, de la película misma. Aunque ese puede ser uno de los fallos de la historia, pues nunca se sabe bien lo que está pasando, porque Norman parece viviendo en un mundo de suposiciones y hasta de ensoñaciones de triunfo y reconocimiento. Nada se dice con claridad ni nunca se muestran todas las cartas.

Entre tanto, casi todo el tiempo se siente pena por el protagonista y se busca alguna bocanada de sentido en tal entramado de relaciones e intereses. La ambigüedad en esas relaciones y la hipocresía en esos intereses aumentan el grado de desorientación, y aun así, no impele a desprenderse del posible destino de este particular hombre, interpretado por un renacido Richard Gere.

No es una película especialmente atractiva desde lo visual ni lo narrativo, solo por momentos intenta algunas soluciones creativas a una trama donde lo que importa son personas conversando (incluso por teléfono), lo cual no es suficiente. No obstante, tal vez todo eso era innecesario, porque ese castillo de naipes afilado que Norman construye, y que amenaza con venirse sobre él, progresivamente resulta de suficiente interés para aguardar un final que terminará siendo sorpresivo y tocado por una inesperado sentimiento hacia este patético hombrecito.

 

Publicado el 23 de julio de 2017 en el periódico El Colombiano de Medellín.   

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