La pérdida y la culpa

Oswaldo Osorio

El universo Almodóvar cada vez se hace más intrincado emocionalmente y disperso argumental y dramatúrgicamente. Lejos están ya esas historias sólidas en su relato, llamativas en su puesta en escena y contundentes en lo que tenían que decir en torno a los personajes y sus sentimientos. Volver (2006) fue la última con estas características. Ahora hay que enfrentar, con una mezcla de expectativa y aburrimiento, la posibilidad de que este querido cineasta solo esté en una de sus búsquedas o que ya haya perdido su genio.

En esta película hay todo un rodeo, un poco lánguido y desordenado, para llegar a esas emociones intrincadas. La protagonista es, naturalmente, Julieta, joven profesora o madre enajenada por la tristeza, según el momento en que se encuentre el relato. Porque este salta del pasado al presente para poder contar el origen de los pesares de todos los personajes y luego desarrollar sus hondas consecuencias. Para hacer esto, el director español apela a una voz en off disfrazada de diario, un recurso que usa habitualmente, y que es lo menos convincente de su método para construir historias, por obvio y facilista.

El caso es que hay que soportar como dos tercios del relato para llegar a ese gran giro que empieza a darle otra perspectiva al drama y a los personajes. En el ínterin, el melodrama y las situaciones y personajes “de preparación” para el final de intrincadas emociones que he llamado aquí, se van dando con soltura narrativa, pero sin mayor fuerza ni mucho interés en términos dramáticos. Es posible tal vez prever que tanta materia prima argumental y emocional luego será usada para un fin más sólido e intenso, pero no por eso deja de ser un poco tedioso y desabrido el proceso.

Cuando llega el gran giro, realmente se puede ver a la protagonista con otros ojos, pues toda esa carga dramática y la tristeza inmensa que le cae de golpe cambian el ritmo y la atmosfera del relato. Incluso cambia la actriz. Y allí es cuando aparecen las soterradas emociones para las que don Pedro nos estaba preparando, en especial la culpa y el dolor por la pérdida. Pero también aparecen insólitas relaciones y sentimientos entre los personajes que no eran posibles prever. Y hacia el final, otro gran giro, que vuelve y revuelca esa marejada de profundas y complejas emociones, que apenas luego de salir de la sala se pueden digerir y dimensionar debidamente.

Esta película de Almodóvar, entonces, produce sensaciones contradictorias, en especial por las decisiones tomadas a la hora de construir el relato. La enorme diferencia que hay entre gran parte de la historia y su último segmento, dejan el bizco juicio: denigrarla o celebrarla, soportarla o emocionarse. Tal vez esté perdiendo el genio, como ya dije, igual que ocurrió con sus últimas películas, o probablemente esta dicotomía esté en la naturaleza de los textos de Alice Munro en que se basa, los cuales ya tendré que leer para saberlo.  

 

Publicado el 10 de julio  de 2016 en el periódico El Colombiano de Medellín. 

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