Oswaldo Osorio
El amor puede ser apacible y feliz, pero es un estado frágil que también se puede perder o desequilibrar repentinamente, o peor, paulatina y dolorosamente. Esta película pone a convivir dos contradictorios estados del amor, uno armónico y otro desesperado. O dicho de otra manera, es un relato que trenza una historia de amor con una de desamor y con ello consigue definir este sentimiento de distintas maneras, desde las más hondas hasta las más cotidianas.
Philippe Garrel se presenta de nuevo dándole vueltas a los mismos sentimientos, los mismos personajes y el mismo universo, el de las relaciones afectivas y su trasegar en la vida diaria, con una poética de lo sutil y la cotidianidad que permite que sus relatos, que muchas veces ni siquiera cuentan una historia, resulten elocuentes y expresivos al hablar de asuntos como el amor, el sexo, las relaciones sociales y los sentimientos tanto agradables como adversos.
Gilles es un profesor universitario que vive con Ariane, una ex alumna mucho menor que él. A su armónica y feliz convivencia se le suma la repentina presencia de Jeanne, la hija de Gilles, quien acaba de terminar con su novio. Resulta interesante ver cómo una situación que suele ser utilizada para crear un ambiente desestabilizado y lleno de conflictos, Garrel la convierte en un escenario de agradable convivencia entre un hombre que ama a dos mujeres de distinta forma y dos jóvenes que llegan a ser buenas amigas.
El pacto de amor entre Gilles y Ariane parece sólido y práctico, por lo que se augura una relación de larga duración, eso a pesar de las aventuras de un día de ella. Pero la madurez y el pragmatismo de él tienen límites, o tal vez es que en cuestiones del amor hay sentimientos incontrolables, que no se pueden domar con un razonamiento preconcebido. Y entonces, con la sutileza de lo imperceptible, en el relato van cambiando de dirección esos dos estados del amor, dejando al descubierto la impredecibilidad y caprichosa naturaleza de este sentimiento.
Esa sutileza acompañada de sencillez también se encuentra en la concepción visual y narrativa. Un relato de poco más de una hora, con solo tres personajes y en blanco y negro es suficiente para que Garrel siga diciendo cosas distintas sobre sus temas de siempre. La naturalidad de la puesta en escena y el talante de cotidianidad de los diálogos complementan esta sencillez y sutileza. Por todo esto, se trata de una pieza de cine íntima, minimalista y discreta, que con su economía de recursos tiene la capacidad de sugerir todo un universo de ideas y emociones en torno al amor.
Publicado el 12 de agosto de 2018 en el periódico El Colombiano de Medellín.
Por Oswaldo Osorio
A despecho del mal título que, como casi siempre ocurre, le pusieron en español, esta película poco tiene que ver con el amor. Más bien el desamor y sus sustitutos son los asuntos que jalonan esta historia, la cual en el fondo está hablando de las relaciones personales en la sociedad moderna y, específicamente, con referencia al mundo laboral. Estos asuntos complicados y profundos, sin embargo, son abordados sin ostentación ni estruendosos dramas, todo lo contrario, el desenfado y la sutileza son las armas usadas por este joven director que, gracias a esto, ya se ha forjado una buena reputación.
Lo primero que se puede decir de Jason Reitman (aparte de que seguramente le fue más fácil entrar al negocio gracias a su padre, Iván Reitman, director y productor de una veintena de taquillazos de Hollywood) es que gusta de historias y personajes poco convencionales. Eso se pudo ver en sus tres primeros filmes: Gracias por fumar (2005), Juno (2007) y Bonzai Shadowhands (2008). Podría decirse que son historias políticamente incorrectas que tienen a antihéroes como personajes, pero eso sería llevarlas a un extremo que no es exacto, porque al abogado que defiende las tabacaleras, a la adolescente que quiere abortar, al maestro ninja en decadencia y a las respectivas historias que protagonizan, les falta la carga de “veneno” y trasgresión que exigen estos conceptos.
Igual ocurre con su última película. Está revestida con el tufillo de simpleza e irreverencia que caracteriza al cine independiente (su protagonista también es una suerte de antihéroe no romántico), pero nunca excede lo límites de velocidad y maledicencia impuestos por el cine de Hollywood. Pero aún así, no se puede tampoco acusar a este director de hacer los productos típicos de la más grande industria de cine. Sus películas realmente quieren hacer la diferencia y con esta última esa intención se evidencia todavía más.
El hilo conductor de esta historia es precisamente esta especie de antihéroe, un hombre a través del cual el filme defiende un estilo de vida muy particular, un estilo que implica un desprendimiento de esos lazos afectivos que para la mayoría de las personas son indispensables. El relato casi todo el tiempo claramente toma partido por el personaje y su visión del mundo, sin cuestionarlo demasiado, en cambio, quien sí lo hace, su ambiciosa joven colega, la presenta como un personaje con una posición reprochable y una actitud desagradable, convirtiéndola inicialmente en la antagonista.
Este desprendimiento de las relaciones humanas, que es también una consecuencia del desarraigo, no parece nada natural, pero la película lo plantea como una opción, no sólo válida, sino también práctica y atractiva (tanto como lo son Georges Clooney y Vera Farmiga). En cambio, cuando la joven propone a la empresa despedir a la gente por internet, la película conduce al espectador a repudiar esta iniciativa. Y así como esta contradicción hay unas cuantas más que ponen muy en evidencia un sesgo manipulador y maniqueo del relato, para que el espectador simpatice con un personaje o para que acepte una idea, a pesar de que use los mismos argumentos para atacar o defender. En este sentido, al terminar la cinta se pueden ver algunas “trampas” del relato, como cuando se conoce la verdadera vida de la novia ocasional del protagonista.
Por otro lado, este hombre pragmático, solitario y desarraigado, igualmente le sirve al filme para denigrar un tanto de la vida sistematizada y alienada de la sociedad actual, no sólo en lo económico sino también en lo afectivo y en sus hábitos de vida. Así mismo, lanza sus dardos contra la fría y descarnada dinámica laboral de un país como Estados Unidos, y justamente en el periodo de crisis económica por el que ahora atraviesa. En contrapartida, se escucha permanentemente como sonido de fondo una cierta nostalgia y anhelo por la familia, sus valores y lo necesaria que es para la vida de cualquiera. Esto se revela especialmente en las secuencias relacionadas con el matrimonio, los únicos momentos de real sosiego y alegría del relato.
Hacia el final (y aquí quien que no se ha visto la película debería abandonar la lectura), sólo unos minutos antes de los créditos, toda la tesis y los personajes cambian. Ahí sí es cuestionado el protagonista y su visión del mundo. Se ve menos seguro y menos atractivo. En ese momento se pone de manifiesto la reflexión sobre este hombre y su estilo de vida, pero aunque todo se antoja un poco acomodado para que esto suceda, tampoco es una reflexión a la que se llega por medio de una moraleja simplista, y menos a través de esos discursos emotivos y sensibleros típicos del cine gringo. La película deja que el espectador una las piezas y saque conclusiones sobre una cantidad de asuntos serios: el amor, la estabilidad, la pertenencia y permanencia en un lugar, la independencia, la posibilidad de ser diferente, etc.
Finalmente, igual que sus otras películas, ésta también está definida por una sencillez visual y narrativa que resulta más bien meritoria, porque obliga a concentrarse en los personajes y sus emociones. Los diálogos, entre cotidianos e ingeniosos, contribuyen a mantener este tono, así como la banda sonora, compuesta por sutiles canciones que complementan esta sencillez.
Es por todo esto, entonces, que esta cinta finalmente deja un buen sabor, porque encuentra el tono justo, habla de temas serios con cierta honestidad y obliga al espectador a seguir pensando en ellos. Que las costuras del relato y la manipulación de algunos elementos sean a veces muy evidentes –un problema casi siempre sólo para los críticos- no le resta mucho de lo que tiene de cine agradable y estimulante.
Publicado el 29 de enero de 2010 en el periódico El Mundo de Medellín.
FICHA TÉCNICA
Título original: Up in the air
Dirección: Jason Reitman. Género:
Guión: Jason Reitman y Sheldon Turner; basado en la novela de Walter Kirn. Producción: Ivan Reitman, Jason Reitman, Daniel Dubiecki y Jeffrey Clifford. Música: Rolfe Kent.
Fotografía: Eric Steelberg.
Reparto: George Clooney, Vera Farmiga, Anna Kendrick, Jason Bateman, Danny McBride, Melanie Lynskey, Amy Morton, Sam Elliott.
USA. - 2009 - 108 min.
El cine que el gran público busca suele ser un espacio para las acciones, la gente linda y las historias complacientes o entretenidas. Esta película mejicana se encuentra en las antípodas de ese cine, pues tiene muy pocas acciones diferentes, su protagonista no cuenta con belleza ni carisma alguno y se trata de una historia más bien perturbadora. En otras palabras, es una cinta exigente con el público, pero de una potencia y una aspereza que toca con fuerza a quienes se conecten con su propuesta.
En principio, es la soledad la que se impone como el asunto sobre el que quiere hablar la película, pero luego nos damos cuenta de que ese patético y opresivo estado de soledad es poco al lado de las consecuencias que genera: un vacío existencial llenado malamente por sexo casual y por el autoengaño de creerse que tiene una vida profesional exitosa y que afectiva y emocionalmente hasta es feliz. Y de fondo sus dos referentes familiares, su padre muerto y su querido hermano menor, tirando cada uno desde lados opuestos, como quieriendo desmembrarla, entre el deseo de morir y el compromiso de vivir.
Este panorama emocional está planteado a partir de una propuesta narrativa, visual y de puesta en escena que tampoco es una fiesta de color y optimismo. Largos planos y una cámara casi siempre fija le confiere un estatismo a la mirada que nos sugiere ser espectadores pasivos, mirones que no debemos juzgar a los personajes por más equivocados o sórdidos que puedan parecer. Así mismo, la locación única, el apartamento de la protagonista, se presenta como un espacio opaco, asfixiante y claustrofóbico, que lo único que hace es enfatizar y aumentar el reprimido mal estado anímico de ella.
En cuanto a la narración, es una cinta que se emparenta con toda esta tendencia del cine de los últimos tiempos que se inclina por una suerte naturalismo cotidiano, en el que el manejo del tiempo del relato obedece al ritmo de la cotidianidad y la rutina de esta mujer. Por eso, la película nos obliga a experimentar el tedio y el vacío de su cotidianidad, para entenderla y para que, luego, tenga todo el sentido ese rumbo que empieza a tomar su comportamiento y expectativas.
Porque si bien gran parte del relato está en estos términos narrativos, hacia el final, el tedio y la rutina de sexo casual dan un giro en dirección a unas prácticas más intensas y autodestructivas. Al parecer, el anestesiamiento de la vida podría ser solucionado con el dolor y la pulsión de muerte, con emociones fuertes y extremas. De ahí que todo ese tempo lento y esa rutina inicial, en esta parte se ven justificadas y cobran su verdadero significado.
Con una economía de recursos que se traduce en poquísimos diálogos, una locación única y las mismas pocas y reiteradas situaciones, esta película consigue ser un relato descarnado y turbador sobre la soledad, la frustración y las desesperadas medidas que se pueden tomar ante el consecuente vacío y desolación existencial. En definitiva, una historia verdaderamente reveladora de lo que podría ser el retrato de millones de vidas que, como ésta, pasan desapercibidas en las grandes ciudades.
Publicado el de 29 de abril de 2012 en el periódico El Colombiano de Medellín.
TRÁILER
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Oswaldo Osorio
Una comedia francesa siempre será refrescante en medio de la oferta primaria y de mal gusto proveniente de Hollywood en cabeza de un Adam Sandler o una Amy Schumer. Por lo general, el humor galo es sofisticado e inteligente. Por eso esta no es tanto una comedia de carcajadas como sí de una estimulante gracia, una comedia de enredos que apela a los resortes básicos del esquema, pero que sabe bordear la línea de la transgresión e, incluso, del velado referente a uno de los personajes y relatos más célebres de la literatura francesa.
Guardadas las proporciones, se trata de un Cyrano de Bergerac en la era de las citas por internet. Así que ya el locuaz y romántico hombre no habla en las sombras debajo del balcón de la dama, mientras ella embelesada mira al tonto y apuesto galán, sino que este hombre se oculta tras el anonimato de las páginas de citas por internet. De manera que tenemos a un anciano descubriendo el mundo de las ciber-citas, pero, a la hora de dar la cara, manda al joven que le enseñó a manejar el computador.
Como es una comedia de enredos, resulta que el joven es el novio de la nieta del anciano y este no sabe que lo es, así como ella tampoco sabe lo que traman su abuelo y su novio. Pero más allá de los posibles apuros en que se metan los protagonistas por las mentiras y ocultamientos que generan la lógica de la comedia, al relato parece importarle más la reflexión en torno al amor: la pérdida irreparable, los contrastes entre la atracción física y emocional, el romanticismo o las relaciones de pareja.
Así que con esta puesta al día y sutil variación del célebre narigón, esta comedia divierte y entretiene de forma amena e inteligente. Incluso llega un momento en que la trama roza los cuestionamientos morales en torno a la posibilidad de una pareja de tres o de las relaciones amorosas con grandes diferencias de edades. Sin embargo, cuando parecía ser más atrevida en sus planteamientos y personajes, finalmente (alerta de spoiler) termina asentándose en la normalidad del amor y las relaciones, es decir, siendo complaciente con el gran público.
Publicado el 17 de septiembre de 2017 en el periódico El Colombiano de Medellín.
Oswaldo Osorio
No es frecuente que en la industria del cine el guionista sea la estrella. Es lo que ocurre con Charlie Kaufman desde que concibió historias como ¿Quieres ser John Malkovick? (1999), El ladrón de Orquídeas (2002) y Eterno resplandor de una mente sin recuerdos (2004). Desde entonces, solo ha hecho para el cine dos películas más, que él mismo dirigió: Sinécdoque en Nueva York (2008) y esta nueva película que, por ser animada en stop motion, ha pedido ayuda en la dirección.
A pesar de esta obra relativamente corta, su celebridad se debe a una singular combinación entre originalidad, rarezas argumentales y éxito de crítica y público. El suyo es un universo generalmente dislocado, transformado por realidades fantásticas o paralelas, las cuales usa como recurso para reflexionar sobre la identidad personal y el sentido de la vida, dos grandes temas que le han dado para abordar otros igualmente esenciales, como el amor, la muerte, el acto de crear y las relaciones del individuo con la sociedad.
Anomalisa (2015) tiene también estas características. Es la historia de Michael Stone, un experto en servicio al cliente que va a Cincinnati a dictar una conferencia. En el hotel conoce a Lisa y al parecer su mundo cambia. Y es que su mundo es como el de la mayoría de sus personajes, en eso sí no hay mucha novedad: son seres grises, insatisfechos con sus vidas, inseguros y con problemas para relacionarse con la gente.
La novedad en esta propuesta de Kaufman no está tanto en que recreó su relato a partir de la técnica del stop motion, la cual resulta atractiva estéticamente por el particular acabado “realista” de sus marionetas, escenarios y decorados, sino que la originalidad deviene de un recurso que fue posible usar, justamente, porque se trataba de una película animada: el doblaje de las voces. Con este elemento pudo transmitir, con ingenio y contundencia, la forma en que el protagonista percibía el mundo y lo que cambió cuando conoció a Lisa.
La historia se desarrolla en día y medio, pero con eso es suficiente para dar cuenta de una vida de frustraciones e insatisfacciones. Desde el primer momento, cuando un hombre le toma la mano en el avión y con la cháchara del taxista que lo lleva al hotel, todo es para Michael Stone una serie de eventos incómodos y desagradables. Pero ese poco tiempo y esas situaciones, incluyendo la promesa de un feliz cambio, son suficientes para hacer un breve aunque elocuente tratado sobre el sinsentido existencial, y no solo el que soporta este hombre, sino el que puede acechar a millones de personas en el mundo contemporáneo.
Es una película ingeniosa en sus recursos argumentales y metafóricos, un alegato contra el conformismo de la vida diaria, que termina resignándose apenas al triste lamento de una vida sin lustre. Por eso es un relato tan estimulante como incómodo, que deja un buen sabor por el cine y un mal sabor por la vida.
Publicado el 13 de febrero de 2016 en el periódico El Colombiano de Medellín.