Oswaldo Osorio
En estos tiempos de cuarentena muchos se han volcado a Netflix, una plataforma con una profusa oferta de títulos, pero en su gran mayoría alineados con los esquemas de la televisión y el cine de consumo. La oferta para la cinefilia más exigente suele ser escasa y poco visible. Aquí hay cuatro opciones para ese público.
Largo viaje hacia la noche (Be Gan, China, 2018)
Un poema visual nocturno, originalmente creado para verse en 3D y explorar todas las posibilidades expresivas y estéticas de este formato. Un hombre regresa a su ciudad natal a buscar a la mujer que ama, lo cual solo es una excusa para sumergirse en la noche, sus personajes, colores y atmósferas. Un periplo tan caprichoso como los sueños, la memoria o la percepción del tiempo, por lo cual no se puede juzgar bajo los parámetros de la narrativa clásica. Una experiencia cinematográfica de gran belleza estética y sugerente en la abstracción de los sentimientos.
Atlantique (Mati Diop, Senegal, 2019)
El cine africano suele tener otras lógicas, aunque sus historias se planteen sobre una narrativa convencional. Este es el sombrío relato acerca de una historia de amor imposible y la falta de oportunidades de los jóvenes que ven en la migración a Europa la mejor de la peor de las salidas. Pero este par de conflictos, que en principio parecen un poco obvios y recurrentes, recobran otra dimensión cuando un elemento sobrenatural altera la trama. A partir de allí, extrañas y melancólicas imágenes y situaciones empiezan a conducir la historia hacía un destino trágico con reverencias hacia el romanticismo.
El sol que abrasa (Chung Mong-hong, Taiwan, 2019)
Un relato de largo aliento sobre los efectos que en una familia tiene un crimen cometido por uno de los hijos y su posterior reclusión. Una historia que dura algunos años y tiene varios y disímiles registros: drama generacional, romance, melodrama familiar, violencia carcelaria, thriller gangsteril, en fin, tantos tonos y giros que pueden verse como su mayor virtud o su peor defecto, dependiendo del espectador. Porque es una película que visita extremos, desde la sutil poesía de ciertas imágenes y diálogos, hasta algunos momentos sensibleros sazonados con música cursi. Pero en todo caso, resulta ser una inesperada y diferente experiencia.
Ultras (Francesco Lettieri, Italia, 2020)
La enérgica y trágica historia sobre una barra brava del Napoli de Italia. Los Ultras tienen una historia de más de treinta años, pero se encuentran en un conflictivo momento, cuando una nueva generación –incluso más violenta– quiere tomar sus propias decisiones y relevar a los fundadores. Paralelamente, el relato corre impulsado por otro conflicto, esta vez individual, el de un veterano que se debate entre su pasión por la barra y la vida normal de un hombre que quiere vivir la cotidianidad y enamorarse. No es una película sobre el fútbol (del que no se ve una sola imagen), sino sobre una cofradía de hombres definidos por un pueril credo de pertenencia y violencia. Una historia reveladora y visceral contada con el ímpetu de un cántico de tribuna.
Publicado el 30 de marzo de 2020 en el periódico El Colombiano de Medellín.
Oswaldo Osorio
Ya está publicado La verdad está ahí afuera: Abducciones, encuentros cercanos y otros fenómenos ufológicos en el imaginario audiovisual, el segundo libro de Ediciones Sociedad Fantasmagoría, relacionado con el tema de la anterior edición del Festival de cine fantástico y de terror de Medellín. El texto contine análisis, revisión de los subgéneros y películas, reseñas, entrevistas, un desglose desde múltiples enfoques y mucha información sobre cada tema. La crítica a esta película hace parte de la publicación.
Las mejores películas muchas veces están hechas de excepciones a la regla. Esta se funda en dos muy importantes: la primera, es que es un encuentro con extraterrestres donde son los humanos la amenaza, y la segunda, que no se trata de cine de ciencia ficción de serie B, como era lo común para este género en aquella época, sino realizado con buen presupuesto por un gran estudio. A esto se le suma una tercera más significativa todavía, que en lugar de utilizar a los alienígenas como la usual y burda metáfora sobre la amenaza comunista, lo hizo para poner en evidencia la espiral de guerra y destrucción en la que se encontraba el mundo entero, en especial en ese momento que apenas iniciaba la era nuclear.
El día que la tierra se detuvo (The Day the Earth Stood Still, 1951) está basada en un cuento de Harry Bates titulado El amo ha muerto y es dirigida por quien unos años más tarde sería un exitoso director en Hollywood, Robert Wise (West Side Story, The Sound Of Music). Empieza con la llegada de un platillo volador a Washington. A su único tripulante, Klaatu, le disparan cuando trata de entregar un regalo y luego es confinado en un hospital militar. Durante todo el relato, luego de escapar, tratará de entregar un mensaje a los líderes del mundo, mientras todos sus habitantes entran en paranoia por su desaparición y la amenazante presencia de Gnut, un robot gigante que puede desintegrar armas.
Para su momento, la dirección de arte, en especial el diseño interior de la nave y de Gnut –cuando permanecía inmóvil– resultaron novedosos y con un estilo copiado muchas veces después. La música de Bernard Herrmann, con su inquietante sonido del theremín, también hizo lo propio. Y la puesta en escena, si bien por momentos resulta un poco ingenua, desarrolla con propiedad y verosimilitud una trama que insiste en dejar al descubierto la estupidez humana, tanto como individuos, como opinión pública y como especie.
La forma más elocuente en que el filme deja al descubierto su discurso pacifista es con las palabras y actitud de Klaatu. Su racionalidad, comportamiento estoico y desconcierto por el comportamiento de los habitantes de la tierra, constantemente están comentando el sinsentido de la guerra, los prejuicios y la condición beligerante de los humanos. Paradójicamente, es un pacifista que vino portando una advertencia y se fue profiriendo una amenaza de destrucción si la situación no cambiaba. Los terrícolas, como se sabe, no cambiaron, sino que empeoraron. Incluso, cuando cincuenta y siete años después hicieron un remake, este se centró fue en la crisis medioambiental y no en la guerra, y al final, Keanu Reeves se conmovió con las emociones humanas y nos absolvió.
Bueno, y por qué no terminar con la lectura religiosa que se ha hecho de la película: Klaatu desciende de los cielos con una verdad, se hace llamar Carpenter (carpintero), el miedo y la intolerancia de los hombres lo mata, luego resucita, salva a los humanos (al no permitir que Gnut los ataque) y de nuevo asciende a los cielos prometiendo que volverá (con el apocalipsis detrás, si es necesario). Son muchas similitudes con la historia de Cristo para ser coincidencia, lo que deja claro que el objetivo esencial de la película era su potente mensaje de paz y convivencia entre las personas, el cual aún tiene vigencia en un mundo que realmente está en riesgo de autodestruirse, o de ser destruido por unos desarrollados vecinos que no tolerarán tanta irracionalidad y estupidez.
Oswaldo Osorio
Cuando el dinero se convierte en el objetivo de la vida en sí mismo, y no en un medio para conseguir otras cosas, como el bienestar, por ejemplo, entonces las personas y las relaciones con los demás pasan a un segundo plano, así como la percepción de lo que es importante y esencial en la existencia. Esta película es una visión sobre esa forma de concebir el dinero, pero también es una historia de supervivencia y un thriller, aunque envolvente, no demasiado intenso ni apasionante.
Se trata del célebre secuestro del nieto de quien en su momento fuera el hombre más rico del mundo, John Paul Getty. Es 1973 y el adolescente es raptado para pedir por él 17 millones de dólares. Ante la sorpresiva negativa del multimillonario de pagar el rescate, comienza el viacrucis para la madre del joven, quien termina convirtiéndose en el centro del relato y en el personaje más elaborado dramáticamente.
Además de lidiar con la angustiante situación de su hijo, esta mujer, sumida en el desconcierto por la negativa del magnate, tiene que hacer frente a las posibles salidas de su drama. Es este personaje el que hace más evidente la material frialdad con que su suegro asume la vida y hasta las relaciones con su familia. Es a través de sus ojos de madre que se puede contrastar el dolor y la desesperación por la suerte de un ser querido frente a las calculadas decisiones de Getty y su mentalidad proclive a la avaricia y al aumento de su fortuna.
Si bien la presencia de Getty es constante en el relato, el director no oculta la poca simpatía que le tiene, incluso es más generoso en su mirada con la figura del secuestrador. Ridley Scott poco se interesa por dimensionar al personaje del millonario, con todas las posibilidades que este tenía, y en cambio hace de sus apariciones solo un inventario de todos los probables gestos de avaricia y casi mezquindad que un hombre así podría tener.
Hace mucho tiempo que Scott dejó de hacer películas que se interesaran en algo más que la taquilla, por eso en esta producción prima la intriga del secuestro, el circo mediático y el drama de la madre. Y si bien con esto consigue un relato que en general atrapa la atención, lo hace más por la tensión que resulta de aplazar la resolución del secuestro, no tanto por la intensidad o interés de las situaciones que le dan trámite a esta espera.
Y eso es precisamente esta película, un trámite, tanto en el recuento de un sonado episodio de la historia reciente como en la carrera de un director que eventualmente sigue dándonos títulos de algún valor. Es posible que esto nuevamente suceda, porque, a pesar de sus más de ochenta años, es uno de los directores y productores más activos de la industria. Quien quita que todavía le falte su “canto de cisne” al autor de aquellas grandes obras como Alien (1979) y Blade Runner (1982).
Publicado el 25 de marzo de 2018 en el periódico El Colombiano de Medellín.
Oswaldo Osorio
1. La peor persona del mundo (Joachim Trier)
Esta película habla de un nuevo tipo de ser humano, específicamente de mujer. Una mujer hija de su tiempo que redefine las relaciones afectivas (no solo amorosas) en la sociedad contemporánea. No es una mujer como las de antes, ni como las de los poemas, ni siquiera es el ideal feminista. Parece contrariar muchas reglas y a muchas personas, pero eso, valga decirlo, no la hace la peor persona del mundo. Además, es un filme tremendamente creativo visualmente, con unos recursos que no están solo para hacer alarde de ingenio, sino para decir cosas que solo la imagen en movimiento y el lenguaje del cine pueden decir.
2. Todo a la vez en todas partes (Dan Kwan, Daniel Scheinert)
Entretenida, ingeniosa, divertida, recursiva, elaborada, pero sobre todo, sorprendente. Hoy en día ya pocas películas sorprenden, y esta lo hizo con tan poco (en presupuesto y premisa) y con tanto (en recursos y giros argumentales). Cine hecho para reírsele en la cara a las películas de gran presupuesto y con universos cargados de personajes y mundos, así como a las películas más pretenciosas que están convencidas de que para decir algo serio o profundo hay que asumir poses “artísticas” y trascendentales.
3. Bardo, falsa crónica de unas cuantas verdades (Alejandro G. Iñárritu)
Luego de su “triunfo hollywoodense” Iñárritu regresa a México para hablar de sí mismo y revaluar su carrera, pero en clave alegórica, onírica, poética y sardónica. Articulada solo por el sentir y trasegar de su alter ego, la película es catarsis, reflexión y autocrítica, y está llena de momentos inteligentes, bellos y hasta sublimes, pero también algunos pretensiosos, tediosos y autocomplacientes. De todas formas, se trata de una película audaz y honesta, teniendo en cuenta el reconocimiento que ya tenía este director dentro de la gran industria.
4. Licorice Pizza (Paul Thomas Anderson)
Un autor se reconoce por tener un código único con el cual crea sus historias, personajes y universos. Paul Thomas Anderson lo tiene, y lo demuestra con esta rara y entrañable historia de amor, enmarcada en una época y un lugar que son tan protagonistas como la pareja en cuestión. Es un relato difícil de definir, pero aún así, en él todo es reconocible, aun las situaciones y emociones más inéditas y desconocidas.
5. Elvis (Baz Luhrmann)
Hacer una buena película de un biopic, y más tratándose de un personaje tan conocido, era todo un reto. Pero es como si el universo estilístico de Luhrmann se hubiera concebido a priori para contar esta historia. Un rey centellante así lo requería. De manera que estilo y figura se unieron aquí para crear un relato lleno de belleza, intenso y en permanente movimiento, con lucimientos en su puesta en escena, montaje y fotografía. Además, contado desde un punto de vista que hizo la diferencia, el del controvertido manejador de Elvis.
6. Los reyes del mundo (Laura Mora)
Cine de gran profundidad y largo alcance hecho en Colombia. La historia de unos despatriados y marginales que buscan un hogar es contada aquí con variedad de recursos poéticos. De manera que realismo y lirismo se combinan en este relato que no quiere renunciar a dar cuenta de un duro contexto nacional, pero que se aleja de convencionalismos y obviedades para darle vuelo a otras formas de decir, esto en complicidad con unas imágenes potentes y de gran fuerza simbólica.
7. Aloners (Hong Sung-eun)
La soledad en esta película coreana es llevada al extremo, ya no de la tristeza o el patetismo, sino del nihilismo social. Su joven protagonista vive desconectada del mundo, pero conectada a sus dispositivos. Es un aislamiento del contacto humano por elección. Con silenciosas y sutiles pinceladas la película sabe enunciar las diferentes aristas de una realidad más cercana a las nuevas generaciones, dando cuenta de otra sociedad, una condicionada por el relacionamiento con las interfases, pero lo hace sin reprochar ni emitir juicios, presentándolo casi como algo inevitable.
8. Crímenes del futuro (David Cronenberg)
El maestro del horror corporal por fin volvió a este turbador género. Un artista del performance modifica sus propios órganos como un espectáculo. A esta premisa la cruzan la existencia de una sociedad secreta, una serie de asesinatos y una investigación policiaca. Con estos elementos parece que hablamos de un thriller, que lo es, pero como ocurre en otras películas de este director canadiense, ese gran género solo es una excusa y la estructura exterior para crear un entramado de complejas y misteriosas relaciones, así como anómalos comportamientos y bizarras formas de concebir el mundo.
9. Bowie: Moonage Daydream (Brett Morgen)
Documental que recorre el talante y la obsesión creativa de David Bowie, quien no solo fue un cantante sino un artista que definió un momento del rock, así como una figura de inéditos gestos en torno a la identidad de género. También pintaba y era actor. Todas estas facetas están dispuestas en un enérgico relato que también es una sobrecarga visual a partir de imágenes de archivo. Una experiencia sensorial única, pero solo si disfrutó en una sala de cine.
10. Vortex (Gaspar Noé)
A todos sorprendió esta propuesta tan alejada de los temas y efectismos propios de este director. Cuenta la historia de una pareja de ancianos, ambos con problemas de salud. La película da testimonio del derrumbamiento del cuerpo y la mente con la vejez, y lo hace con una concepción visual radical: realismo crudo con una pantalla dividida que siempre muestra a la pareja. Se trata de una inmersión estereoscópica en la intimidad del final de las vidas de un par de viejos. Un relato agobiador y visceral que mira de cerca el futuro de todos.
Oswaldo Osorio
Si las cuentas no me fallan, esta es la vigésima película de Dago García. Ya solo por tal cifra, este guionista, director y productor ocupa un importante lugar en la historia del cine colombiano. Son veinte películas que ha escrito y producido, pero que generalmente delega a otros para dirigir. Aunque al parecer el director en sus películas cumple más una función operativa, porque todos saben que son las películas de Dago, de principio a fin, como si hiciera cine de autor.
Esta idea de pensar en un productor de cine comercial como un autor cinematográfico ha sido siempre provocadora y polémica. Porque la autoría en el cine, indefectiblemente, se asocia con las películas provistas de valores artísticos y con todo el Olimpo de la Nueva ola francesa como su sagrada fuente de origen. No obstante, siendo más precisos, la autoría está más relacionada con un estilo, unos temas y un universo propios de un autor y que se repiten en toda su obra.
Y efectivamente, salvo algunas excepciones, todas esas comedias de Dago García diseñadas y producidas para reventar la taquilla de las vacaciones de fin de año (y desde hace poco también de mitad de año), tienen en común, además de su humor nada elaborado sino más bien populista, otros elementos, como el uso de conocidos actores de televisión, protagonistas que representan personas comunes y corrientes que solo buscan sobrevivir o cumplir un sueño, un modelo narrativo y visual más televisivo que cinematográfico y temas afines a la cultura popular colombiana: la música tropical, el fútbol, la identidad nacional, los paseos familiares o, como en esta última película, el traído del Niño Dios.
Carta al Niño Dios (2014) tiene todos estos elementos, pero también hace parte del grupo de películas suyas en las que lo emotivo tiene el mismo o mayor protagonismo que el humor. En este sentido, muchas de sus películas le apuntan a un público familiar más amplio que el mero público de las comedias. Normalmente son historias sobre lazos familiares o de amistad que, incluso, terminan en función de una moraleja optimista y sentimental.
No es exactamente un cine para cinéfilos o críticos, sino una válida opción de cine comercial que ha demostrado que funciona con el público colombiano, ese público que va poco a cine y que solo le pide a las películas entretenimiento ligero, así como poder identificarse con unos temas y personajes. De hecho, lograr esto con el éxito que lo ha conseguido Dago García en los últimos quince años, resulta realmente difícil, tanto que, a pesar de que muchos conocen su fórmula, no les ha funcionado con igual eficacia.
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