Para empezar, es una película que se demora mucho en empezar. Su ineficaz planteamiento no redunda en una sólida construcción de personajes o en la preparación de una trama que pretende jugar con elementos de intriga y suspenso, como hacen todos los thrillers. Es más, el hecho de elegir este género para contar lo que insistentemente dicen que es una historia sobre el amor, es uno de sus principales problemas, no sólo porque combinar este tema con dicho género casi nunca es compatible, sino también porque, como thriller, es tremendamente torpe suministrando la información y siempre se sabe qué va a pasar antes de pase.

El recurso facilista de una voz en off todo el tiempo intenta crear la idea de que se trata de una gran historia de amor, pero en definitiva no le vemos tal temple, sólo es el cuento sobre un tonto y dos estafadores, con un final diseñado para quienes gustan de las historias de amor de siempre. Incluso el único elemento en que parece más atractiva y consistente, que es la caracterización como “mujer fatal” del personaje de Angelina Jolie, lo simplifican  insinuando que se trata de un problema de doble personalidad.

Como todos los productos de gran presupuesto de Hollywood, y más con un par  de estrellas a bordo, el filme está realizado con una factura impecable, incluso su concepción visual, su fotografía, tiene una calidad atractiva y afín con las atmósferas de la historia. Pero otra cosa es fijar la atención en aspectos más esenciales como sus desastrosos diálogos, su narración tediosa o sus soluciones de guionista fáciles y predecibles.

Ahora que recuerdo, Truffaut sí hizo esta película basada esta la novela de William Irish y la llamó La sirena del Mississippi (1969), con catherine Deneuve y Jean-Paul Belmondo, una pareja aún más impresionante que el dúo Jolie-Banderas, y que protagonizaron una historia de desamor más intensa y emocional, no tan sexual, complaciente e inverosímil. Por eso, la comparación entre ambas, nos dice que la distancia entre una y otra versión es la misma que hay entre el compromiso que hace un director con un tema o una historia y el que hace otro con la taquilla.

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