¿Cómo fue el génesis del G-3 del cine y qué se busca con él?

Hubo un encuentro de productores citados por el gobierno mexicano para tratar de hablar del tema de la integración. Como se ha vuelto muy difícil lograr esa meta bolivariana en integración, porque la mentalidad nacionalista y local sigue siendo muy fuerte, entonces yo propuse que imitáramos el resto de la economía, en la cual hay sectores regionales en América Latina, como el Cono Sur, el grupo andino, el G-3; y yo cité a productores de México, Colombia y Venezuela (porque tienen una identidad cultural muy fuerte y una cercanía geográfica relativa) para que habláramos de la posibilidad de coproducir dentro del marco del G-3. Fue mucha gente al otro día y comenzaron a concretarse alianzas, que luego se dieron en las primeras tres películas y ahora estamos en siete. Estamos marchando en lo posible hacia una integración iberoamericana, o más que una integración, a la creación de un mercado común iberoamericano que afecta tanto a España como a América Latina y a Portugal. Es lo único que destaparía el cuello de botella, porque tenemos acceso a unos 550 millones de habitantes, incluidos los 40 hispanoparlantes.

¿Y hay un público en esos países para ver estas películas?

Totalmente. En este momento hay un renacer violento en América Latina. Los grandes éxitos de del cine en México -claro que Titanic, esa película tiene mucho...- pero el máximo lo tienen películas mexicanas como Amores perros (2000), Sexo pudor y lágrimas (2000) y Todo el poder (2000). Están teniendo un éxito impresionante, la gente volvió a las salas porque podía ver tecnología en las películas, excelente sonido, buena fotografía, etc.

¿Cómo funciona financieramente el G-3, hay  apoyo por parte del gobierno?

Son iniciativas privadas dentro del marco del G-3, que es un marco que otorga ventajas aduaneras y todo eso, y jurídicamente estamos apoyados en el acuerdo iberoamericano de integración y en el acuerdo latinoamericano de coproducción firmado en Caracas hace varios años. De manera que una película como Juegos bajo la luna (2000) tiene nacionalidad venezolana, mexicana y colombiana. Lo mismo es La toma de la embajada (2000). Cada país tiene su ente gubernamental, más fuerte en Venezuela y México que aquí, más dinero digamos.

Más de cien mil almas

¿Aparte del buen balance de las siete películas y de las que vienen, cuál es el balance comercial y cinematográfico?

Bueno, el balance del público es medio. Medio quiere decir como las películas americanas medias. Es decir, no hemos tenido un Titanic (1997), pero para eso hay que hacer mínimo diez películas, por aquello de la regla del diez a uno.

¿Pero al menos recuperan la inversión?

Las películas han recuperado la inversión, salvo rizo (1998), pero La nave de los sueños (1995) las recuperó con la explotación en los tres países, y La toma de la embajada, aunque apenas está empezando su carrera, ya le está yendo mejor que a todas.

¿Y el balance cinematográfico, artístico?

Como digo, bien. Pero no hemos tenido el gran éxito... de público...

Pero hay una diferencia entre que la gente vaya a verla y que sea de calidad...

...salvo rizo todas son películas de más de cien mil espectadores. Aún para las películas americanas cien mil espectadores es la línea de lo bueno, de ahí va de lo bueno a lo óptimo que es Titanic... La estrategia del caracol (1994), La vendedora de rosas (1997). Vamos bien, vamos bien. Es que tenemos un apoyo múltiple, porque yo no te puedo decir: “hice cien mil espectadores en Colombia”; tengo que decirte cuánto hice en el G-3, porque nosotros tenemos que contar los espectadores de México y Venezuela. En ese sentido la toma hizo 350 mil espectadores. Ahora va a salir muy fuerte en televisión.

¿No parece esa visión muy comercial? ¿El único objetivo es sólo que las vea la mayor cantidad de público posible? Por ejemplo, a la hora de escribir un guión, a tres manos de tres países, piensan en esos condicionantes: la van a ver en tu país, le va a gustar a la gente...

Bueno, mira, cuando uno hace un guión le tiene que gustar, le tiene que llegar. En mi caso eso siempre es un reflejo de la realidad colombiana, siempre son películas de tipo social. Luego viene el más grande problema de América Latina: los guiones. Porque por falta de oficio, por falta de dinero, no es fácil hacer un guión en América Latina. Aunque hay mucho talento, pero hay que tener oficio. Personalmente es con lo que más sufro, pero mi guía es que me guste, que sea un reflejo de los problemas de la sociedad colombiana, y luego, si es posible, y tengo el dinero, trabajo con una contraparte. Pero para el caso de La toma... no teníamos el dinero para eso, me tocó solo. Y yo prefiero trabajar a cuatro manos...

 La polémica

¿Cómo fue la elección de la historia de La toma de la embajada, qué le interesó de ella?

Me interesó el hecho de que está viva actualmente. Tenemos un secuestro de embajadores para exigir una liberación de presos políticos, tal como ocurre hoy con las FARC, un canje, y además se cobraba una vacuna, 50 millones de dólares. Entonces el caso es vivo. Pero a mí me interesó mucho que se haya logrado una solución pacífica. Hay que anotar que guerrilleros como Bateman, la Chiqui y aun el comandante uno, eran más románticos que los actuales, que son de raíces campesinas y son más pragmáticos, más belicistas.

¿Cuál es su posición ante las declaraciones de Rosenberg Pavón, el comandante uno, en las que niega muchas cosas del filme, entre ellas sus relaciones con la Chiqui?

Las escenas de amor duran un minuto: 30 y 30 segundos. La película dura 106 minutos. Rosenberg tiene líos, internos y de todo tipo. Familiares. Yo no sé por qué anda negando esas cosas cuando los libros lo dicen claramente, y su compañera guerrillera, la negra Emilia, acaba de publicar un libro que se llama Escrito para no morir, donde claramente dice: “compartían una habitación al fondo de la embajada”. Yo no sé qué le pasó a Rosenberg, francamente. Rosenberg llegó a negar que había futbolistas, ¡dios mío, si eso está en el libro de él! Yo no sé qué pasó, me hizo mucho daño. Pero hay razones de fondo, Rosenberg se volvió muy político y tal vez le convenía crear un conflicto de este tipo, porque lo iban a entrevistar mucho más, como en efecto ocurrió, y también promocionaba más su libro. Él dijo: “esa película es ciencia-ficción, y mi libro cuenta la verdad”.

¿Que tanta proporción de historicidad tiene la película?

Noventa y ocho por ciento. Es que hay mucho escrito sobre la toma de la embajada, empezando por tres libros fundamentales: el de Rosenberg Pavón, el de la negra Emilia, el de Olga Bear y también de los embajadores hay tres libros: del embajador de Venezuela, de México y de Guatemala. Noventa y ocho por ciento, garantizado.

¿Aún a pesar de Rosenberg?

Es que tengo el punto de vista de Rosenberg cuando él actúa, cuando la guerrilla actúa, pero cuando son los embajadores, tengo el punto de vista de los embajadores y cuando es el gobierno, tengo el punto de vista del gobierno. No hay nada qué hacer, yo no puedo tomar un punto de vista unilateral. Ésta no es la película del M-19, ni es la del gobierno, ni es la de los embajadores. Es una suma de cosas que ocurrieron en la embajada, de las cuales estamos muy bien documentados. Yo creo en la gente y creo que el embajador americano es un ser humano y yo no lo iba a tratar como un agente del imperialismo yanqui, porque yo no estoy de acuerdo con esa vaina y seres humanos son seres humanos y, bueno, tienen su familia, sus hijos, su manera de ser y... yo así los trato, saco lo mejor de ellos, lo más bondadoso de ellos.

Cine político

Su película es cine político más  por el tema que por el tratamiento. ¿Cuáles eran las intenciones con el planteamiento político?

Bueno, ahí es donde la mano del director se siente más, porque uno le pone énfasis o acento. Yo les cargué la mano a dos factores: uno, los factores de suspenso, que eran como las fugas, para que el espectador no se me salga; y dos, el aspecto bondadoso humano de los personajes. Exploré más el lado humano de la Chiqui, e incluso del comandante uno, porque eso me interesaba más, el lado humano. Entonces le puse acento muy duro en ese aspecto humano y bondadoso de los personajes, que tenían eso, si no, no hubiese habido una solución pacífica.

Había también allí unos personajes muy duros, como el Tupa, que era el halcón. Halcones y palomas están muy bien marcados allí, pero yo quería plantear que antes que la guerra y antes que el poder está el ser humano... por supuesto, dentro de la praxis de un Maquiavelo y de cierta gente aquí en Colombia de todos los lados, de la guerrilla, del gobierno y de los paramilitares, son halcones y prefieren la guerra. La guerra se soluciona cuando cambiemos por dentro, el día que uno considere que el ser humano está por encima del juego del poder, ese día se acaba la guerra. Pero si el poder justifica los medios, como está ocurriendo hoy en Colombia, se llega a los extremos que estamos viendo.

En cuanto a la intención de la película, no cree que este país necesita una posición un poco más activa de parte de usted como artista e intelectual. La propuesta puede tener mucho sentido para algunos,  pero la gente sólo va a ver la anécdota, porque el  abordar el tema político desde la humanidad de los protagonistas no va a ser fácilmente decodificado.

Sí, es posible, pero es que uno tiene una cierta ética en ese sentido... haber, yo como director me dediqué fue a poner el acento en las palomas versus los halcones, que existen en la guerrilla y en todas partes. Porque ese es un grande problema, pues ahí es donde está la posible solución, cuando los halcones bajen su posición. Entonces tenemos un halcón típico, el Tupa, un extremista total de izquierda, como lo eran Los Tupamaros, versus alguien como la Chiqui, muy humanista, y eso influye definitivamente en el comandante uno para una solución que fue pacífica y dialogada. Lo que pasa es que yo quiero ponerle el acento a eso. Yo estaba buscando un aporte al conflicto colombiano abogando a favor de las palomas. La película es antibélica. Los héroes son las palomas y los villanos son, para hablar en términos genéricos, los malos del paseo, como el Tupa.

¿Cómo ve el cine político en Colombia?

Bueno, siempre estamos a la búsqueda de nuevas propuestas. Yo personalmente preferiría, aunque trate esos temas políticos, centrarme en un nudo dramático más individual. Le voy a poner un ejemplo, que lo respeto porque es la máxima asistencia de público en el mundo: Titanic. En el sentido de que es una tragedia colectiva, pero ellos se engancharon en una historia de amor. Eso es lo que quiero decir, no es mi estilo de película pero hay que respetar eso. En ese sentido, yo habría podido hacer la historia del embajador americano o la historia del comandante uno y la Chiqui solos, pero yo sabía que todo el mundo esperaba un fresco de lo que ocurrió en la embajada. Eso, incluso, son las posiciones éticas que afectan lo comercial. Porque yo me habría podido dedicar (y habría sido un escándalo y a lo mejor una película muy interesante) a los amores de la Chiqui y el comandante uno en medio de la guerra. Pero habría tenido que ser una película de ficción.

Entonces se puede decir que es una película más ética que política

Sí. Hay una posición ética, y es más, podría decirle que muy cristiana, una propuesta de la ética cristina, no ausente en la guerrilla.

La llave mágica

¿Qué dificultades tuvo a la hora de abordar cinematográficamente este episodio de la historia colombiana?

Mi mayor reto, el que no pude resolver, fue la camisa de fuerza de la realidad. Cuando uno respeta mucho esa realidad, se impone una camisa de fuerza. Yo estuve buscando una “llave mágica”. Qué es “llave mágica”, es el final de La estrategia del caracol, cuando ese muro se cae. Eso produjo la carcajada de millones y millones de espectadores. Realmente la estuve buscando sin traicionar la realidad, eso era clave, eso fue una búsqueda de un año y no pude conseguirla, en eso pudo haber influenciado el no haber tenido un contradictor y un colega colaborando ahí. La “llave mágica” es lo más difícil de lograr en el cine, en cualquier lugar del mundo. El que tenga la llave mágica de esos finales mágicos será el súper genio y el súper millonario

¿Ese final de La nave de los sueños, por ejemplo,  fue un intento por crearla?

Sí. Eso es lo que llaman los americanos en los guiones el tourning point, es decir, es un punto en el cual la película toma otra dirección, inesperada. Es como un buen chiste o un mal chiste, hay que esperar que le guste al público y uno se da cuanta solamente por las carcajadas. Si uno tiene unas carcajadas, así sea en una fiesta de diez personas, uno sabe que esa vaina funcionó. Si no, pues... uno va es con el público, yo veo mi película en festivales, pero luego me voy un martes a verla con dos mil estudiantes en el teatro Embajador, o si no voy al múltiplex América a verla. Y realmente, como en los chistes, el público es el que me lo dice. A mí no me dicen nada los críticos, porque los críticos son muy subjetivos y aquí en Colombia casi todos son directores de cine frustrados. Entonces tienen una mala leche que no les permite ser objetivos. El público sí es objetivo. Yo sí pienso mucho en el público, no lo puedo negar, y prefiero tener un superéxito en público que ganarme la palma de oro en Cannes. Eso te lo digo con absoluta franqueza.

Habla de la risa como un  termómetro, pero la mayoría de sus películas son dramas y sobre temas muy serios

No, yo me refería a cuando un chiste es bueno o malo. Ni mis películas ni yo tenemos un buen sentido del humor. Por ejemplo, en La toma..., cuando empieza ese tiroteo al principio, yo no quería caer en una película de Schwarzenegger. Entonces, a la manera brechtiana, rompí las cosas con algunos elementos que sí soltaron carcajadas sonoras del público en todas partes. Por ejemplo la orinada de Vicky Hernández, la embajadora costarricense, eso fue real. Entonces yo siempre tengo unos chistecitos de ese tipo: con el cura, cuando dice que en nombre del Papa no disparen... y funcionaron. Porque no quería caer en Schwarzenegger, quería romper esa vaina de violencia. Mucha gente no ha entendido eso.

A mí me gustaría lograr un equilibrio con esos temas serios y también darle respiros al espectador. Los famosos breaks o espacios donde el público se ríe. Eso lo manejaron muy bien en La estrategia del caracol. Indiscutiblemente para mí es un clásico. Es un tema muy difícil tener que sacar a unos inquilinos, pero no podemos negar que hay momentos muy agradables en que la gente se rió y el final, ni hablar, el final fue una explosión de risa en todas partes. Qué eso es, vuelvo y repito, las “llaves mágicas” dificilísimas de conseguir y que siempre están variando, porque el público hoy se ríe de una cosa, mañana no. Siempre es esa sorpresa la que actúa, lo inesperado, eso es el chiste.

¿En ese sentido, usted cree que hace películas coyunturales o dentro de veinte años van a funcionar?

Quién sabe... Gamín (1979) de hecho sí, pues me están pidiendo Gamín 2. Yo creo que La toma de la embajada también.

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