Un álbum familiar (2000), de Oscar Mario Estrada, es un corto argumental que involucró a un gran equipo y entidades en su realización y que refleja el estado de esta dinámica de la que hablo, es decir, evidencia el conocimiento y nivel ganados a partir de otras experiencias, propias y ajenas, pero también evidencia que todavía queda camino por recorrer para obtener productos óptimos. Todo el proyecto parte, como casi siempre, de una buena idea de su guionista, en este caso Julían David Correa (fue la propuesta ganadora en un  concurso organizado por el Canal U y gracias a lo cual se pudo realizar). Esta idea es la de una reunión familiar con motivo de la despedida de uno de sus miembros que parte hacia Estados Unidos. La reunión incluye la realización de una video-carta para saludar a los familiares radicados en el norte. Pero una cosa es lo que hay sobre el papel y otra lo que se logra registrar en la cinta y el orden que se le da luego a ese material. Son este registro y este orden lo que no satisface por completo, muy a pesar de que en medio de todo hay grandes aciertos, veamos lo uno y lo otro:

Un ambiente, unos actores

En esta historia lo que importaba era poner en juego, más que una anécdota, una idea a partir de la recreación de un ambiente y unos personajes que le dieran forma y sentido. Eso ya es un avance, porque la historia de los trabajos de ficción en la ciudad (y del país) es casi toda un anecdotario hueco y sólo algunas veces con valor narrativo. Aunque dicen quienes conocían el guión que la anécdota sí existía, la cual consiistía en que la video-carta se trastocaba con otro cassette donde estaba grabada la “otra familia”, ésa con problemas y defectos, pero esto no está bien logrado en la edición final y a nadie le queda claro.

Sin embargo, esa idea, esos ambientes y personajes, logran convertirse no sólo en la esencia de la “película”, sino también en sus principales virtudes, por lo bien capitalizadas que estuvieron en general. La recreación de ese pequeño universo de la familia antioqueña que tan bien conocemos es efectiva y conseguida en clave naturalista, desde la construcción de tipologías que no caen en la caricaturización, hasta el hecho de poder dar cuenta de un espíritu y una serie de valores (y prejuicios) que son propios de una sociedad a la que, con la prepotencia que nos caracteriza, han dado por llamar “raza”, pero esa “raza” que vemos aquí ya no es tan representativa, todo lo contrario, cada vez hay menos familias como las que se ven en esta historia, y muchas se están desintegrando más por la creciente deserción de sus miembros, que no creen en la promesa de que esto se compone.

Las virtudes de la recreación de este universo  familiar y paisa se deben a un buen trabajo de puesta en escena, que está fundamentada en esa idea inicial que nunca se perdió de vista y en el trabajo de los actores. La grandes dolencias de las propuestas argumentales en nuestra ciudad siempre han estado en el planteamiento dramático y en la dirección de actores. En el primer aspecto, esta película nos quedó debiendo mucho todavía, aunque más bien son detalles, como el desenlace nunca visto de esa situación dramática planteada cuando encontraron a la pareja de primos adolescentes encerrados en un cuarto, la despedida en la habitación y en el carro entre el viajante con su -al parecer- novio, y hasta al mismo final de la historia le falta esa fuerza y sentido dramáticos. Pero en el segundo aspecto, el trabajo con los actores y su dirección, vemos aquí un importante progreso. En este proyecto se tomó conciencia de la necesidad de delegar este trabajo a conocedores, y no dejarlo sólo en manos del director, que generalmente obtiene este cargo por sus conocimientos en torno a la técnica y el lenguaje audiovisual. El trabajo de Walter Fernández y Jorge Adrían Arango se evidencia en la mayor fluidez, versatilidad y apropiación de los actores, quienes consiguen con sus personajes un acoplamiento con el planteamiento argumental y (aunque menos) dramático de la película. Claro que este trabajo no está exento de vacíos, carencias y uno que otro actor irregular o fuera de foco.

Las tres cámaras

Los desaciertos formales son los más evidentes y también los más imperdonables. El principal tiene que ver con que la propuesta visual era muy llamativa, pues se trabajó con tres cámaras: la principal, esa cámara omnisciente de la que el espectador casi nunca es consciente; la utilizada para grabar la video-carta y, por último, la que en manos de un niño registraba todo el acontecer familiar. Estas tres cámaras implicaban tres puntos de vista distintos, y eso más o menos se logra, pero queda desvirtuado a causa de la homogeneidad con que están concebidas las imágenes en las tres. De no ser por la diferencia de formatos sería imposible distinguir unas de otras: casi las mismas angulaciones, movimientos y concepción de los encuadres. Incluso tienen el mismo montaje, que es el otro aspecto importante que desaprovecha la película. La diversidad de personajes y situaciones, y el mismo registro desde tres puntos de vista distintos, exigía un cuidado y planeación especial en la concepción del montaje. Pero, más que pensar en la exigencia, se debía tener en claro todas las posibilidades que había y que se podían explotar en favor de una buena dinámica de esta obra coral.

Esas posibilidades se ven bien aprovechadas en secuencias como la de la llamada al tío de Estados Unidos. Ésta es una secuencia que posee un ritmo preciso y encantatorio, donde se muestra la mecánica invisible de relaciones, diálogos, miradas y desplazamientos que se presentan en una situación como la planteada, es decir, un espacio donde converge un grupo de personas que se mueven e interactúan constantemente, sin que ninguna tenga más protagonismo que otra: es la puesta en escena, registro y ordenamiento de los elementos que componen esta mecánica lo que le debía dar forma a esa idea planteada desde el principio, pero esa forma no siempre se da y muchas veces reina el desorden, aunque no alcanza socavar el sentido de la idea. Pareciera, entonces, que algunos momentos del rodaje y el montaje se hubieran hecho con todo el tiempo y dedicación necesarios, pero otros con precipitación y descuido. Lo cual nos deja ver es, sobretodo, errores de procedimiento, no tanto de talento o conocimiento. Lo ideal es conciliar ambas partes, para una próxima película es tarde.

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