El orden natural de las cosas

Por Oswaldo Osorio

Cuando esporádicamente el cine colombiano da señales de vida, quienes conocemos su escasa y poco lustrosa historia no podemos evitar cierta ansiosa aprensión por los probables equívocos o estropicios que puedan cometer los realizadores criollos con la película de turno. Este pesimismo aumenta cuando el  realizador en cuestión, en este caso Ricardo Coral-Dorado, tiene antecedentes con dos películas, que si bien tienen muchas virtudes, les falta un “sí sé qué” por el que no han logrado convencer completamente. Pero después de ver su última película, Es mejor ser rico que pobre, estos malos augurios ya no están más y sí la certeza de que, además de estar ante un director con talento y oficio, tenemos a un hombre de cine que promete unos productos al menos honestos y con estilo propio.

Claro que hablar de Ricardo Coral-Dorado es también hablar de un equipo que lo rodea y del cual el segundo a bordo es el guionista Dago García, quien ha sido definitivo en la concepción de los tres proyectos. Su opera prima fue La mujer del piso alto (1994), una película con una propuesta de puesta en escena muy personal y por momentos atractiva, una colección de estampas urbanas que tenían como hilo conductor un viejo auto con un cadáver en su baúl. Desde este filme se les vio una vocación de compromiso con la libertad creadora y las búsquedas sin concesiones, pero fue justo esta vocación lo que los alejó del público y la película nunca fue estrenada comercialmente (qué desperdicio). Luego vendría Posición viciada (1998), una cinta que, aunque descansa sobre una buena idea y toma buen cuerpo en algunos pasajes, no logra afianzarse del todo, y esto debido, principalmente, a las grandes y evidentes limitaciones de su presupuesto. La película se desarrolla enteramente en el camerino de un estadio y cuenta la historia de un grupo de futbolistas que hacen parte de un equipo en crisis. Sobre este argumento el filme intenta con algún éxito hacer un estudio o descripción de una situación tensa, de unos personajes y sus relaciones entre sí, pero todo se queda en buenas intenciones, y finalmente, lo que vemos es una película con infinitas deficiencias técnicas y una idea que pudo funcionar pero que se quedó en su planteamiento.

“El pasado no perdona”

Por su parte, el planteamiento argumental de este nuevo filme realmente no es muy original y mucho menos natural, pues se trata del viejo esquema en que un personaje que oculta secretos de su pasado llega a un mundo completamente distinto al suyo para tratar de empezar una nueva vida. Pero por encima de esto, lo que tiene peso en la película es esa historia de amor que desde un principio se nos anuncia como fatal y el cuadro de costumbres, que con acierto y pulso firme logran construir los autores, de un cierto sector de la sociedad urbana capitalina y, por extensión, colombiana. A partir de una muy eficaz puesta en escena, el filme recrea un universo con todas sus leyes y características propias, un universo complejo determinado por innumerables variables como el amor, la pobreza, los ciegos rencores, la solidaridad o el desasosiego. Es por eso que no importa tanto el esquematismo de un argumento que a la larga también se antoja forzado, sino ese mundo que logra concretar con imágenes, con situaciones y personajes, esa red de relaciones personales y grupales condicionadas por la amistad y la enemistad, también por el dinero o su carencia; ese mundo donde pase lo que pase, ya sean nacimientos o muertes, enamoramientos o declaraciones de minúsculas pero letales guerras, terminará evidenciando y corroborando el “orden natural de las cosas”, según el cual siempre habrá desigualdades sociales, injusticia, fatalidad, la mezquindad convivirá con la bondad, el amor será escaso y esquivo, la muerte permanentemente estará rondando y siempre será mejor ser rico que pobre.

Es tal la importancia que tiene esta recreación de un universo sólido y coherente en el filme, que a veces se olvidaron de hacer avanzar la historia para quedarse enriqueciendo y retocando eso que he llamado cuadro de costumbres. Sin embargo, es una película que tiene otros resortes y motores que la dinamizan, como el contrapunteo entre un humor bien logrado y un dramatismo todavía mejor capitalizado (que no la intriga, porque la poca que hay resulta demasiado elemental y forzada), o también el contraste entre el mutismo y ensimismamiento de la pareja protagónica y el extrovertido colorido de los demás personajes, que hace desplazar la tensión y atención  de unos a otros  alternadamente: mientras los unos gritan, pelean, insultan o festejan, los otros están trenzados en una guerra de miradas y silencios o de frases secas y sentimientos ambiguos. De acuerdo con esto último, resulta muy consecuente y acertado ese final tan contenido que tiene el filme, una contención propia de dos personajes que durante todo el tiempo hablaron con su silencio y que sólo podían terminar su historia así como T.S. Elliot diría que terminará el mundo, no con un estallido sino con un sollozo. Aunque a Lupe y Carlos ni siquiera una lágrima se les vio en su lacónica despedida.

Hombre de cine

Luego de realizar lo que Dago y Coral-Dorado llaman películas demasiado herméticas y,  habría que agregar, que no sólo fue un hermetismo de formas y contenidos sino también en su aspecto técnico, con Es mejor ser rico que pobre han hecho un producto más asequible al público en todo sentido, sin hacer concesiones que se puedan lamentar. A veces su tono se antoja un poco telenovelesco (antes que guión fue libreto), pero encuentra sus límites en el momento justo y se configura como una obra netamente cinematográfica, sabiendo despojarse de ese lastre literario y anecdótico que siempre ha tenido el cine colombiano y que directores como Felipe Aljure y Víctor Gaviria también han sabido superar. Ricardo Coral-Dorado demostró que era hombre de cine con la mayoría de sus secuencias, como por ejemplo aquellas dos escenas, casi dos imágenes nada más, en las que muestra a Lupe después de su compromiso matrimonial con Carlos, primero en la cama por la noche y luego en el baño a la mañana siguiente, las cuales dan perfecta cuenta de ese hastío que empieza a sentir, ese desasosiego con lo que parece será su nueva vida, su nueva cárcel y que nuevamente justifica el rumbo final de los acontecimientos.

Es por cosas como esas que, en términos generales, esta película resulta ser una obra muy respetable y llena de aciertos, pero sobre todo, una obra realizada con la honestidad de un equipo de trabajo que se toma en serio esto del cine y que cada vez define más su estilo propio y ha sabido defender su libertad creadora, sin importarle lo hostil que se ha mostrado un medio que no alzó a mirar su primera película y que sólo le dio tres días de vida a la segunda.

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