Encallada pero no callada

Oswaldo Osorio

La ciudad de Medellín casi siempre ha sido contada desde la marginalidad y la violencia. Pero ya hay varias películas, como Apocalípsur, Lo azul del cielo, Matar a Jesús y ahora esta ópera prima de Catalina Arroyave, que proponen contarla desde otro punto de vista o cruzan las diferentes ciudades que hay representadas en sus personajes y sectores. De ese cruce surge el conflicto central de una historia que definitivamente tiene su propio tono, y que hace un colorido retrato de la ciudad, en el que están presentes tanto el amor y la ilusión como la desazón y la violencia.

La primera tentación al ver la película es relacionarla con Los nadie (Juan Sebastián Mesa, 2016), por todos los elementos que tienen en común. Pero si bien puede haber relación, lo que no puede hacerse es una comparación valorativa, pues cada una tiene una actitud y una voz diferentes. Mientras Los nadie opta por la irreverencia y el desencanto, Los días de la ballena se inclina por la resistencia y la esperanza. Es decir, cuando la primera habla de esta ciudad desde un talante existencial, la segunda lo hace desde el ideológico, y en esa medida son obras muy distintas.   

Simón y Cristina son dos jóvenes graffiteros que pasan sus días entre marcar los muros de la ciudad con sus obras y sobrellevar una ambigua relación como amigos, colegas y enamorados. En este sentido el relato se muestra intimista y espontáneo, incluso pueden resultar reveladores, para el público que no pertenezca a esa generación, los matices y el espectro de emociones y sentimientos que están en juego entre un grupo de jóvenes que pintan paredes sin ser delincuentes, fuman mariguana sin ser drogadictos y asumen unos compromisos sociales sin ser activistas.

A estas relaciones y conflictos íntimos se suma una problemática externa cuando su arte se enfrenta a los violentos del barrio. Cada quien quiere apropiarse de la ciudad a su manera, la cuestión es que los combos lo hacen por coerción e imponiendo la fuerza. Aquí es donde la película se la juega por la resistencia, con argumentos y con actitud por parte de sus personajes. Aunque es una lucha desigual, la cual parece terminar en una trunca derrota, y es en esto, tal vez, en lo que da la impresión de no ser consecuente la película con todo el planteamiento que traía.

El relato es animado por el contrapunto entre el intimismo de los protagonistas en su relación entre sí con su entorno inmediato (amigos y familia) y ese conflicto central fuerte de su confrontación con los violentos. La narración sabe pasar de lo uno a lo otro con buen sentido del ritmo, un ritmo acompasado no solo por el montaje, sino también por la diversidad de la música, el color que lo salpica todo, el raudo paisaje urbano y tal vez alguna ballena encallada en la ciudad.

Publicado el 8 de septiembre de 2019 en el periódico El Colombiano de Medellín.

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