Literatura y cine en Colombia

Por César Alzate VargasImage
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Fernando Vallejo reflexionaba a poco del estreno de La Virgen de los Sicarios: “Sobrevivir en Colombia es un milagro; hacer una película en Colombia es un milagro al cuadrado; y hacer una buena película en Colombia, un milagro al cubo”. En este caso se trataba no de una película cualquiera, sino de la adaptación de la novela del propio Vallejo que en versión libro había causado cierta polémica pero que en versión cine había desatado una tormenta mediática.

En un artículo reciente, el brasileño Rubem Fonseca le reconocía a la literatura numerosas ventajas sobre el cine. Bien sabido es que ambas artes han vivido a lo largo del último siglo un matrimonio de permanente hibridación en el que cada una ha aportado a la otra lo mejor de sí, influyéndose mutuamente y con frecuencia malqueriéndose, y aunque ella es varios milenios más antigua que él lo cierto es que el mundo actual los necesita y los aguanta a ambos. Una de esas ventajas de la literatura no es, desde luego, la de causar gran impacto en la masa. En esto prima el audiovisual sobre la palabra, como lo prueban la novela de Vallejo y la película que sobre ella hizo el director Barbet Schroeder: el libro asustaba a unos cuantos mojigatos; la película hizo entrar en pánico a muchos.

El matrimonio se consumó tan pronto como el cine pasó de ser un vulgar entretenimiento que asombraba a las masas con imágenes de trenes entrando a la estación y empezó a demandar historias para convertirse en industria. En Colombia el matrimonio tardó un poco más en consumarse, pero ocurrió al fin, cuando en 1922 Antonio J. Posada realizó a la vez el primer argumental y la primera “traducción” en el país de una novela nacional al cine: María -valga señalar que ya los mexicanos habían hecho su propia versión de la novela de Isaacs cuatro años antes-. Nada queda de la película de Posada, más que la búsqueda de su recuerdo.

Desde aquella primera María (luego se harían otras cuatro: en 1938, 1965, 1970 y 1972), el cine colombiano ha atravesado numerosas crisis que en varias ocasiones lo han llevado al borde de la muerte, y en sus frecuentes resurrecciones ha recibido el auxilio de la literatura, magnífica proveedora de historias. Durante las décadas siguientes se hicieron pocas películas y menos adaptaciones.

El actual periodo de aparente dicha (se filman más o menos bastantes películas, se estrenan pocas, y existe una ilusoria Ley del Cine) se inició en los años ochenta. Esta década conoció el idilio de las dos artes, y durante ella se adaptaron obras de autores como Gustavo Álvarez Gardeazábal, Germán Pinzón, Hernando Téllez, Marvel Moreno, Eduardo Caballero Calderón, Álvaro Mutis y, claro, García Márquez.

El idilio continuó en la década final del siglo XX y en la inicial del XXI, si bien a pesar de sus múltiples coincidencias las dos artes evolucionan con fortuna por separado. En Colombia se hacen muchas películas con guiones originales. Y se hacen otras tantas con guiones adaptados. Aquí no sucede sin embargo como en otras partes del mundo, donde a veces las películas han sido mejores que las obras en que se inspiraron. De novelas aceptables han surgido en el país películas tan dudosas como Rosario Tijeras o Perder es cuestión de método, para mencionar ejemplos recientes.

En asuntos de calidad lo ideal es ser conscientes de que una cosa es la obra cinematográfica y otra la literaria: la una es reinterpretación de la otra en un universo, el audiovisual, regido por leyes totalmente distintas. Esa reinterpretación logra a veces hermosos resultados. Porque la verdad es que, escepticismos aparte, en Colombia los milagros al cubo se dan con alguna frecuencia.  

EL RANKING. DIEZ ADAPTACIONES COLOMBIANAS

1. Cóndores no entierran todos los días. Francisco Norden, 1984

Norden trasladó la acción del Valle del Cauca, donde ocurría la novela de Álvarez Gardeazábal, a Boyacá, que era su mundo conocido, y logró uno de los clásicos de nuestro cine.

2. María. Antonio J. Posada, 1922

En su momento produjo lágrimas a mares, como la novela en que se inspiró, y se ahogó en un mar de demandas de los herederos de Jorge Isaacs. Su mérito es ser la primera; no sabemos más.

3. Aura o las violetas. Vicente di Doménico, 1924

Muchos elementos convergieron en ella, empezando por el nombre de Vargas Vila en su momento de esplendor. Existe una versión de Gustavo Nieto Roa hecha en 1973, que preferimos no conocer. 

4. La mansión de Araucaima. Carlos Mayolo, 1986

Esta frase del guión, que no está en la novela, da cuenta de sus virtudes: “En esta casa no se cometen pecados veniales”. Película inquietante. Relato original de Álvaro Mutis.

5. Crónica de una muerte anunciada. Francesco Rossi, 1987

Rossi no comprendió que el universo García Márquez era más que unas locaciones, pero su película es interesante. En China se hizo una versión no autorizada: Amanecer sangriento (1992)

6. La Virgen de los Sicarios. Barbet Schroeder, 2000

El mismo Vallejo escribió el guión de esta película que, como su novela, es traviesa y provocadora. Una tormenta de amor y muerte en las calles e iglesias de Medellín.

7. Oriana. Fina Torres, 1989

Marvel Moreno, autora del relato original, debería ser descubierta por cualquiera que esté interesado en la buena literatura. De la directora, que es venezolana, se puede decir lo mismo en el cine.

8. Ilona llega con la lluvia. Sergio Cabrera, 1996

Dicen que Álvaro Mutis lloró al verla, aunque no se sabe si de rabia o emoción. Lo cierto es que es de lo más bonito que ha hecho Cabrera y el trío protagónico funciona bien.

9. El coronel no tiene quien le escriba. Arturo Ripstein, 1999

Risptein se alza con una de las joyas favoritas de García Márquez y, en vez de venir a hacer torpezas a Colombia, de la mano de una excelente guionista traslada la acción a México.

10. El amor en los tiempos del cólera. Mike Newell, 2007

Es cierto: está en etapa de producción y nada se puede decir aún. Pero es la novela más hermosa de García Márquez, adaptada por un realizador irregular y protagonizada por el gran Javier Bardem.

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